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SE REALIZÓ UN HOMENAJE POR LOS 30 AÑOS DE LA COLOCACIÓN DEL CRISTO COMECHINGÓN EN EL CERRO CHAMPAQUÍ

El Grupo de Montañismo Grapa ideó y concretó el sábado pasado un emocionante acto en conmemoración del emplazamiento, en el Cerro Champaquí, del denominado Cristo Comechingón, Cristo de los 500 años y Cristo Ecológico. Fueron reconocidos en ese acto quienes posibilitaron esa entronización. La placa colocada destaca a: “…Hermanos Valletto y Asociación Vida…”.

RecordandoUna crónica periodística publicada en el semanario El Heraldo inmediatamente luego de la proeza de la colocación del Cristo Comechingón, detalla aquel formidable e inolvidable momento:

EL «CRISTO DE LOS 500 AÑOS» YA ESTÁ EN EL CHAMPAQUÍ

Amaneció el día del acto inaugural para el que se había previsto una tocante ceremonia. Y esto de amanecer es un decir, ya que la cerrazón era tal que la visibilidad era nula y apenas permitía vislumbrar las luces de los relámpagos. Se suspende el acto, La Asociación Vida había propuesto llevar al Champaquí un Cristo de características muy especiales, ya que, a su primerísimo y principal significado de representar, como lo es para los cristianos en general y los católicos en particular, el Salvador del mundo y las almas, se le había agregado una carga adicional de simbolismos y alegorías.

La pieza final, construida por una cruz fundida en hierro resultó de 175 kg., el Cristo de bronce de 25 kg., más pergaminos, placas, clavos, etc., redondearon los 210 kg.

La empresa parecía imposible y absurda, hasta fue calificada de ridícula, pero así y todo se llevó a cabo y esto gracias al esfuerzo mancomunado de todos los integrantes de la Comisión Directiva de la Asociación, asociados en general, empresas comerciales, industriales, talleristas, etc., de la mencionada ciudad, a lo que se debe agregar el apoyo de autoridades ejecutivas y legislativas de Las Varillas, de la Cámara de Diputados de la Provincia, a senadores de la mismas jurisdicción, al Ministerio de Cultura y Educación de la Nación y Provincia respectivamente.

Las dificultades que se presentaron convirtieron a la expedición en una verdadera odisea. Por un lado el transporte de las piezas, que en algunas de las etapas se llevaron a pulso y a pie, sin que las empinadas cuestas amedrentaran a los intrépidos y arrojados montañistas, los que arremetieron con lentitud y firmeza las estrechas sendas marcadas por roquedales monolíticos, riscos y peñones, ascendiendo rocosas quebradas y penetrando en bellísimos bosques de pinos, venciendo escabrosos y elevados cañones con la preciosa carga. Otra etapa se lleva a cabo recurriendo al transporte de mulares, uno de los cuales se despeñó por una pétrea ladera de 10 metros de altura con el sagrado peso en su lomo, produciendo al decir de los arrieros «el primer milagro del Cristo», ya que surgió de la caída con lastimaduras profundas, pero con vida.

Hubo más riesgosos atolladeros. Para el emplazamiento del árbol-Cruz se programó llegar a la cumbre al mediodía para montar el campamento y, así poder pernoctar con un mínimo de seguridad. Todo esto se cumplió de la manera prevista. Lo que no se previó fue la tormenta que se les avalanzó aproximadamente a las 22 horas. Torrentes de agua se precipitaron sobre las carpas, la granizada golpeó con furia y cubrió el suelo con un espeso colchón blanco y frígido, las ráfagas fueron de tal intensidad que arrasaron con una de las carpas. La moral de contingente, aproximadamente de 80 personas, conformado por mujeres y varones de 6 a 67 años, no decayó, y nadie, absolutamente nadie se dejó ganar por el pánico y todos solidariamente capearon la adversidad con un temple digno de admiración.

El Padre Marcelo Cereda*, da una brevísima bendición en la dirección en que se suponía estaba la cercana cruz, agobiado por la responsabilidad de los 24 muchachos y chicas de Freyre que es taban a su cargo, todos los cuales diera ejemplares demostraciones de valentía, solidaridad, integración y hasta de sanísimo humor. Se decide iniciar el descenso, sobre todo porque debían improvisar un dificilísimo rescate de una de las integrantes de la expedición que el día anterior, en un resbalón, como los confirmaron después las radiografías, había sufrido una quebradura de tibia. En una angarilla se la va bajando. Al llegar al cañón próximo a la cima la tempestad se desata, los truenos estallan sobre las cabezas, a los costados y por debajo de ellos. La trayectoria de los rayos es sobrecogedora, ya que resuenan silbantes su dirección y sentido. Torbellinos de agua los empapan haciendo más dificultosa por lo resbaladiza la abrupta senda que recorre desniveladas rocas con espacios libres entre una y otra. Y el grueso y estrepitoso granizo los golpea, siendo su descarga, de tal densidad que repetidas ve ces, a puñados se va sacando el que se acumula sobre las faldas y angarillas de la accidentada.

Y he aquí el hecho conmovedor de la epopeya. Una decena de muchachos y chicas que se aventuraban para participar del acto, ávidos de la cumbre que ya estaban arañando, desisten de la misma e inician otra más alta que la del enloquecido Champaquí, y esta es la de la solidaridad: empuñan las angarillas y ayudan a descender a la señora herida. Estos jóvenes en su mayoría pertenecen a la Parroquia de San Jerónimo de la ciudad de Córdoba y estaban guiados por el joven baqueano Javier Valletto. Idéntica y singular conducta demostró el santafesino Mariano, que desde el día anterior se incorporara al contingente colaborando con todas las tareas.Bajan y bajan, cruzan aluvionales y frigidísimos arroyos, y codo a codo sin desmayos, luego de horas de andar llegan a la seguridad que le dan los puestos que poseen los lugareños con la profunda satisfacción de la labor cumplida.

Felicitaciones a todos.

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