Sí, en la Colón hubo una contienda de la 2da Guerra Mundial. Y sí, lógico: ganamos.
La historia es así.
Después de largas batallas y de hundir 9 barcos de los aliados, el alemán Graf Spee atracó en las costas de Montevideo, intentando una recuperación que nunca llegaría. Buena parte de los marinos que respondían al poderío nazi llegaron a la Argentina y puntualmente a Córdoba, gobernada por entonces por Amadeo Sabattini, de claro perfil neutralista.
Los marinos nazis que llegaron a Córdoba en el verano del ‘40, mientras esperaban ser enviados a Calamuchita, pasaban sus noches en las instalaciones de la Guardia de Infantería de la policía de la provincia. Y sus tardes, los marinos del Graf Spee, se las pasaban en el bar Münich, que estaba la Colón al 300, donde ahora está el Cinerama, bebiendo cerveza. Cerveza y libertad, qué más podían pedir los alemanes de svástica.
Pero los estudiantes reformistas que mandaban en la ciudad no la iban de neutralistas como Sabattini. Los muchachada que habitaba Alberdi, que se enrolaba en la gesta del 18 y que iban del radicalismo al comunismo, cuando se enteraron que los nazis se la pasaban tomando cerveza en el centro de Córdoba, un día olvidado de enero de 1940, desandaron a pie y en manada las 15 cuadras que separan al Clínicas de Colon al 300 y protagonizaron la inolvidable Batalla de Münich, del bar Münich.
De entrada, la juventud cordobesa sorprendió a la alemana, distendida y alegre con las patas arriba de la mesa tomándose unos chops. Fue una estrategia brillante la de los cordobeses, urdida por la mente de un José María Paz, el genio de la guerra, del siglo XX. Los reformistas arrebataron sabiendo que el que arrebata, gana. Ni siquiera les dieron tiempo, a los teutones, de salir a la calle, de ganar espacios, de refugiarse en alguna trinchera de la Colón. Trompadas, patadas, sillazos en el lomo. Córdoba se imponía al ejército nazi en el bar Münich, que caía derrotado sin reacción, sin defensa, que a rastras, como podía, iba huyendo despavorido del bar, corriendo cada nazi para su lado, en una desbandada desprolija e indigna para el orgullo ario.
El ejército de Córdoba copó el terreno enemigo y se quedó con él. La batalla, el triunfo y el calor de Córdoba obligó a brindar en las mesas humeantes del Münich. Hubo gritos de festejo, aplausos y abrazos. Córdoba era el claro ganador. Pero en medio de la algarabía, los alemanes se reagruparon por Santa rosa primero, después por la 9 de julio y con un movimiento de tenazas desde Tucumán y desde General Paz, sorprendieron a los que se creían ya vencedores. Y largó el 2do round entre el ejército de Córdoba y el de Adolf Hitler.
Otra vez volaron sillas, mesas, botella, vasos, alguno se desmayó, otro huyó, los más boxearon con si fuera el desenlace de la 2da guerra mundial, hasta que la sirena de la policía que sonaba por la Colón obligó a los bandos en disputa en pausar el enfrentamiento, lanzarse algún insulto que nadie entendió y emprender la retirar. El 2do round decretó empate y el resultado global determinó un triunfo indiscutible del bando reformista, que volvió a Alberdi en manada, a puro festejo, con varios averiados, con heridos y dignidad, y, quizás, al son de un canto que años después sigue resonando en las calles cordobesas:
Como a los nazis, les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar.