Daniel Scioli logró, en 2015, algo que hizo repensar algunas tesis de la Ciencia Política. Siendo el candidato presidencial oficialista de entonces, un oficialismo que cargaba con 12 años de gestión pero un apoyo popular destacable, ganó con holgura la primaria y se impuso también en la elección general. Pero cayó derrotado por una mínima diferencia en la instancia final.
En el primer round, si bien el por entonces Frente para la Victoria no tenía contienda interna, Scioli aventajó por 14 puntos porcentuales a Mauricio Macri, su inmediato perseguidor. Macri, uno de los tres candidatos de Cambiemos, la alianza opositora integrada por el PRO y la UCR, sí tuvo contendientes internos. Ernesto Sanz y Elisa Carrió, a sabiendas de su derrota, aportaron así, en su martirio, al fortalecimiento de quien era, por entonces, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Después de aquella PASO, el camino quedó abierto para tres candidatos que, sabían, no se impondrían en la elección general y, por lo tanto, se veían obligados a lograr un lugar en la gran batalla final. Scioli volvió a ganar la elección, pero apenas sumó 600 mil votos más en relación a la PASO. En cambio, Mauricio Macri cosechó 3 millones de votos más, dejando en un tercer lugar -cómodo- a Sergio Massa y consiguiendo su andarivel para lo que sería el primer ballotage de la historia argentina.
Scioli, con dos victorias consecutivas, tenía un panorama alentador. Hasta entonces, habían habido 60 ballotage en América Latina. De esos 60, en 40 se habían impuesto los candidatos que habían triunfado en la primera vuelta. Es decir, el 66% de las chances estaban a favor de Scioli. Mientras que a nivel mundial, el total de elecciones Uno versus Uno eran 126 ballotage y en 78 se había repetido el ganador de la primera instancia.
Si bien era cierto que había casos en donde el segundo había revertido el resultado, estas experiencias se daban en países que poco tenían que ver con la cultura política argentina. Por caso, Chipre, en donde tal hecho había sucedido 4 veces, o Rumania, en donde había ocurrido en 3 oportunidades. Pero la historia no está escrita hasta que suceden los hechos.
El primer ballotage de nuestra historia (que podría haber ocurrido en 1973 y en 2003, pero Balbín y Menem, respectivamente, optaron por bajarse), estuvo antecedido por el también primer debate presidencial de la historia entre los dos principales candidatos. La frase ‘Daniel, ¿en qué te has transformado?” quedará para la historia como uno los dichos más recordados de las disputas políticas.
Como es sabido y recordado, Macri se impuso por poco menos de 3 puntos porcentuales, una diferencia de 600 mil votos, y se sumó así al colombiano Andrés Pastrana y al peruano Alan García, únicos latinoamericanos en dar una vuelta una elección. Selecto grupo al que se sumaría, 4 años después, el uruguayo Lacalle Pou.
Junto a la frase inolvidable de Macri en el debate, en aquellos meses se popularizó otro enunciado que se atribuyó al candidato trostkista Nicolás del Caño:
_ Macri y Scioli son lo mismo.
Si bien Del Caño jura y perjura, hasta el día de hoy, no haberlo dicho, en caso de ser el autor del apotegma, no hubiera estado tan alejado. Pues, efectivamente, Macri y Scioli tenían un pasado en común. Hombres de la farándula, de la noche y el deporte, los dos habían abrevado en el menemismo: uno, Scioli, como ferviente militante y dirigente; el otro, Macri, como empresario y pieza fundamental de aquel poder económico. Pero, ante todo, Del Caño hubiera sido un pronosticador del futuro con destacados poderes adivinatorios. 9 años después del ballotage entre los candidatos que aseguraban representar dos modos distintos de pensar la Argentina, aquellos adversarios acérrimos hoy transitan juntos el camino de apoyo irrestricto al gobierno de Javier Milei. Uno como parte del gabinete, el otro como principal aliado político. Del Caño debería haber patentado su frase.