Es relato habitual contar el paso de Agustín Tosco por el Roca, su conducta, su compromiso, su rechazo a recibir el diploma por parte de los profesores a los que criticaba. Pero el Roca, que vive en el cuerpo de un edificio del siglo 19, tiene más para contar. Aunque a veces se prefiera el silencio.
La vieja construcción, de formas rectangulares y techos de chapa que crujen noche y de día, antes de ser escuela fue un reformatorio. Un reformatoria que, a fines del 1800, asiló a quienes la sociedad elegía hacer a un costado. Pobres, desvalidos, vagabundos, huérfanos y abandonados pasaban sus noches sabiendo que el destino no guardaba grandes sorpresas para ellos.
Uno de ellos se llamaba Yamil. No hay precisiones de su año de nacimiento, de sus notas en el Roca, de la conducta de Yamil en sus años de alumno. Ha pasado mucho tiempo y no quedan documentos de aquel tiempo. Sí hay datos del presente: porque Yamil, que vivió en un tiempo pasado, vuelve de visita por las noches sin tormenta.
Yamil vuelve en la foto que un alumno del Roca se sacó frente a un espejo: junto al joven que tomó la selfie, Yamil posa con su viejo uniforme, sin sonreír. Yamil vuelve en el joven interno que cada noche se despierta y habla con una voz que no le pertenece y relata un tiempo que no vivió. Porque es el tiempo de Yamil, y es la voz de Yamil. Y es Yamil quien usurpa ese cuerpo, según cuentan en los pasillos del Roca.
Yamil busca nuevos cuerpos porque el suyo, tan frágil y sensible, fue violentado por un celador que lo estranguló hasta convertirlo en espíritu.
¿Habrá sido Yamil también quien, aquella noche de cine en el internado, se apareció como una sombra negra y ante la mirada de alumnos y el preceptor que los cuidaba optó por esconderse debajo de una cama? Yamil, que da miedo, también lo tiene.
Hay una pregunta que nadie puede responder en el colegio de más de 100 años:
_ ¿Quién abre las canillas, quién hace desaparecer y aparecer los teléfonos celulares, quien observa sin ser observado?
Quizás sea Yamil. O quizás no siempre sea Yamil. Porque quien observa a la cocinera con el mismo uniforme antiguo de Yamil no es Yamil. Es una joven de la que no sabemos ni su nombre ni sus tiempos. Es del pasado, pero vuelve cada tanto al ahora. Y nos mira sin ser mirada.
Hasta 1914 el Roca fue, oficialmente, el Asilo de Niños Desvalidos. Pasaron más de 100 años. Pero sabemos, por las visitas congeladas en el tiempo, que jamás el pasado es pasado. Hay un presente eterno e indeterminado que, estemos donde estemos, aún nos observa. Sin ser observado.