Para diagnosticar la economía argentina siempre fue más fácil ser pesimista, porque normalmente acechaban los problemas de fondo, esos que finalmente llevaban a una nueva crisis. Por caso, resulta muy recordado cuando a mediados de 2017, con el gobierno de Macri que inspiraba confianza en los mercados y con una economía que exhibía expansión en el consumo y la actividad económica, el economista Carlos Melconian hizo mucho ruido con aquel “Ojo que se puede ir todo a la m….”. Y unos meses después, ya en 2018, efectivamente eso fue lo que ocurrió, por el alto déficit fiscal (no había bajado en los dos primeros años de gobierno), elevado endeudamiento, importante atraso cambiario y alto déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Problemas fiscales y de competitividad, los mismos de siempre.
Ocurre que Argentina pasó muchas décadas encerrada en un loop perverso que algunos bautizaron stop and go. Para reactivar la economía, se acudía a una suba de salarios privados y gasto público, lo que aumentaba el consumo y con ello la producción. Pero el mayor gasto público conducía a un mayor déficit fiscal, y este al endeudamiento y/o emisión de dinero, que tarde o temprano gatillaban la inflación. La mayor producción inducía un incremento de las importaciones, que también era facilitado por el atraso cambiario en el que en algún momento derivaba la inflación. El atraso cambiario y la escasa competitividad estructural retrasaban las exportaciones, y con más importaciones y menos exportaciones, y más gasto de argentinos en el exterior, reaparecía el déficit comercial. El déficit externo finalmente erosionaba las reservas del BCRA, y una vez que éstas se acercaban a cero, se volvía inevitable devaluar fuertemente el peso, subiendo más la inflación, que licuaba salarios y jubilaciones, caía el consumo y la producción. Así, volvíamos al punto de inicio, el país no crecía a largo plazo y con cada crisis nos quedábamos con una mayor tasa de pobreza estructural.
¿Por qué ahora puede ser diferente?
Con la actual economía de Milei, existe la oportunidad de salir del loop perverso de decadencia económica y social. En primer lugar, porque después de 15 años, ahora no existe déficit fiscal, la emisión de dinero por motivos fiscales está clausurada y de esa manera tiende a bajar la inflación. Existe una fuerte determinación presidencial de no volver al desequilibrio fiscal, así como apoyo social a tal prédica, lo que ha generado confianza en el mercado respecto a que esa situación se puede mantener.
Pero actualmente, y como ocurrió muchas veces en el pasado, comienza a percibirse cierto atraso cambiario y, además, existen escasas reservas en el BCRA. ¿Dónde radica entonces la segunda gran diferencia con la historia económica de las últimas décadas en Argentina? La explicación hay que buscarla en el sector de energía (petróleo y gas) dado que, con Vaca Muerta, las inversiones pasadas, en marcha y que vendrán, disminuyeron las importaciones de gas y están aumentando las exportaciones de petróleo y también ocurrirá con gas, lo que sacó a la economía del déficit energético, y se proyecta una fuerte suba de las exportaciones de petróleo y gas en los próximos años.
Según proyecciones del BCRA, las exportaciones de energía y minería aumentarán en más de 30 mil millones de dólares en 6 años. En 2030 se habrían multiplicado por 3, respecto a la situación de 2024. Se trata de un cambio estructural para la economía argentina. Según esas proyecciones, en 2030 energía y minería exportarán más que “granos y derivados”, que siempre fueron nuestras principales exportaciones. Si en muchas situaciones en el pasado una buena cosecha del “campo” “nos salvaba”, ¿se imagina lo que podrá ocurrir con el equivalente a “dos campos”? Con el agregado que la producción de petróleo y gas no dependen tanto del clima, y que las exportaciones de gas serán más importantes en los meses en que decaen las exportaciones agrícolas.
Al sostenido aumento de las exportaciones de energía y minería, podrán sumarse los dólares por inversiones directas, incentivadas principalmente por la trayectoria de esos dos sectores y la existencia del RIGI. Además, es muy probable que, si sigue mejorando la confianza hacia la economía argentina, y bajando el riesgo país, en 2025 el sector público pueda financiarse nuevamente en el exterior, y que regrese una porción de los capitales de argentinos que huyeron en épocas de desconfianza. Con todo lo anterior, difícilmente falten dólares en la BCRA en los próximos años, aun cuando un tipo de cambio bajo pueda inducir elevadas importaciones y turismo argentino en el exterior. Por caso, en el mencionado año 2017, con aumento del PIB, dólar barato y sin cepo a la salida de dólares, se observó un déficit de cuenta corriente de 31 mil millones de dólares, cifra menor al extra de exportaciones que se esperan en los sectores de energía y minería para 2030.
Resumiendo: con mayor entrada de dólares en los próximos años, y equilibrio fiscal en el estado, más probablemente se puedan evitar las típicas crisis macro por estrangulamiento de la balanza de pagos, y así se pueda dar un proceso de crecimiento sostenido de la producción y el ingreso.
Pero, enfermedad holandesa …
Actualmente el tipo de cambio ya es relativamente bajo, un 30% menor al promedio de 25 años, aunque un 20% mayor al del final de la Convertibilidad y casi 10% mayor al que dejó CFK en diciembre de 2015. Por ahora aguanta, pero no le sobra nada. La futura afluencia de dólares hacia Argentina que antes se comentaba, mantendrá el tipo de cambio real relativamente bajo por bastante tiempo. Pero a diferencia de otras muchas ocasiones en el pasado, se tratará de un tipo de cambio bajo con fundamentos más sólidos, basado en mayores exportaciones, y no por endeudamiento o entrada de capitales de corto plazo, que de un día para el otro pueden salir.
Un tipo de real relativamente bajo, implica salarios medidos en dólares relativamente altos. Algo de eso ya se puede observar en noviembre de 2024, con salarios formales promedio en torno a 1170 dólares, cuando en 2019 y 2020 se ubicaban en algo menos de 1.000 dólares (dólares constantes, es decir, teniendo en cuanta también la inflación observada en EEUU), o se ubicaban en alrededor de 900 dólares entre 2006 y 2007, cuando la economía era competitiva desde el punto de vista cambiario y funcionaba bastante bien.
Los mayores salarios de las últimas décadas se dieron en el segundo gobierno de CFK (2011 – 2015), en que llegaron a un máximo de 2.150 dólares en 2015 (a valores en dólares constantes) y también en 2017 con Macri (1.900 dólares). Se habían logrado esos altos salarios (atraso cambiario) gracias a la expansión del valor de las exportaciones ocurrido entre 2003 y 2011, en gran medida fruto de la suba del precio de las commodities que exportamos. Pero desde 2022 las exportaciones comenzaron a caer, y también las reservas del BCRA, hasta que éstas se evaporaron a fines de 2015, y a partir de allí, se produjeron fuertes subas del tipo de cambio en 2016, 2018, 2019 y 2024, que licuaron salarios hasta llevarlos a niveles más realistas y compatibles con la productividad y el nivel de exportaciones de Argentina.
En cambio, si se confirma un fuerte aumento de las exportaciones de energía y minería en los próximos años, con su mayor aporte de dólares, la economía soportará un mayor salario en dólares sin caer necesariamente en situaciones inviables, como fue la de 2015. El avance de las exportaciones será lo que le ponga límites en el futuro al salario que la economía argentina pueda pagar.
Salario en dólares y exportaciones
RIPTE a noviembre de cada año en dólares constantes de nov-24 – Exportaciones anuales en dólares corrientes – Reservas Netas a noviembre de cada año
Fuente: IERAL en base a Ministerio de Economía, INDEC, FMI y BCRA
Cuando en la década del 60 Holanda descubrió importantes yacimientos de gas, y aumentaron fuertemente las exportaciones de dicho hidrocarburo, la entrada de dólares mantuvo un tipo de cambio bajo en Holanda por un tiempo prolongado, situación que deterioró la competitividad de su sector industrial, especialmente el mano de obra intensivo, que perdió empleo. Así, el ingreso per cápita subió, la economía como un todo estuvo mejor, pero con problemas de producción y empleo en algunas ramas del sector industrial.
El problema de la “enfermedad holandesa” o “maldición de los recursos naturales” tiene dos posibilidades e interpretaciones: si es generado por un factor de corto plazo, como podría ser, en Argentina, la suba del precio de la soja, que luego se puede revertir, la recomendación sería que se trate de evitar, a través de la política económica, la mencionada apreciación cambiaria, para no deteriorar la situación del sector transable mano de obra intensivo, por una situación que podría resultar de corto plazo, dada la volatilidad de los precios de las commodities.
En cambio, si el problema de apreciación del peso es generado por un efecto de largo plazo, como pueden ser las mayores exportaciones de energía y minería por varios años, más bien habría que intentar morigerar sus efectos, dado que no se podrá evitar del todo la apreciación de la moneda local, o un “dólar barato”.
En este último caso, ¿qué puede hacer el Estado para disminuir los efectos negativos de un tipo de cambio relativamente bajo? Claramente, tratar de inducir menores costos y mayor productividad por otros medios que no sean las tradicionales devaluaciones de la moneda: 1) mantener el equilibrio fiscal, sin que el gasto público vaya más rápido que el privado, 2) bajar la presión tributaria, especialmente en los impuestos más distorsivos (Derechos de exportación, Cheque, Ingresos Brutos provincial y municipal), 3) otorgar reintegros a las exportaciones industriales, 4) desregular la economía allí donde las trabas suben artificialmente los costos, 5) disminuir los costos laborales no salariales (regulaciones laborales, litigios judiciales, contribuciones patronales), 6) mejorar toda la infraestructura ligada a las exportaciones, 7) facilitar todo lo que tenga que ver con la exportación, y 8) generar un fondo de ahorro soberano, o fondo anticíclico, de modo que el sector público ahorre en las épocas buenas para gastar más en las malas, ayudando de esa manera a que la actividad y el tipo de cambio real no oscilen demasiado durante los ciclos.
Con respecto a la apertura de la economía, que en alguna medida debe ocurrir, debe avanzar a la par que se realizan esas reformas estructurales, siempre teniendo en cuenta que un tipo de cambio bajo ya genera, de por sí, un efecto de apertura implícita. Tipo de cambio bajo con aranceles bajos es como abrir la economía dos veces, hay que hacerlo con mucho cuidado para no destruir ramas industriales o de servicios que podrían sobrevivir con un set diferente, pero viable, de precios relativos.
Con las exportaciones del sector agroindustrial más las de energía y minería, a futuro será como tener a Maradona y Messi en el mismo equipo. Es difícil no ganar con esos dos jugadores, salvo que la defensa y el arquero sean muy malos, o el DT tenga una mala estrategia. Están dadas las condiciones, no hay que chocar la calesita, vale tanto para oficialismo como oposición, para gobierno nacional como provinciales y municipales.