Hubo otros antes de Conan
FÁBULA 1
Alfonsín, electo recientemente presidente, aún no se había mudado a la Quinta de Olivos. Seguía manteniendo su suite del hotel Panamericano, desde donde hizo la campaña y donde se quedó hasta el 10 de diciembre, día de la asunción. Allí en el hotel Panamericano apareció un seguidor con ganas de tributar al hombre de Chascomús. El regalo, inesperado, era un caballo. Pero no un caballo cualquiera: era un ejemplar de falabella, la raza de cuadrípedos más pequeña del mundo, una especie de pony de menos de un metro de altura. Regalazo.
Cuando se enteró el presidente electo, desbordado de problemas, agradeció pero esquivó el obsequio. Y le pidió a su histórica secretaria Margarita Ronco (la misma que, por una confusión, frustró el encuentro de Cortázar con Alfonsín), que se hiciera cargo. Y le sugirió, el presidente a Margarita, que se lo regalara a Juan, el hijo de la secretaria. Y así fue que le caballito falabella viajó al campo de los Ronco para que el niño Juan lo disfrutara en sus vacaciones. Pero una vez terminada la época estival, nadie sabía dónde meter al caballo y la idea que se impuso fue enviarlo a Olivos.
Una vez en la quinta que ocupaba la familia Alfonsín, al caballito lo bautizaron Esperanza. Si bien en Olivos había caballerizas, Esperanza era tan bajito, casi como un perro, que buscaron resguardarlo en otro lugar. Como era tan mansito y doméstico, acostumbrado al trato con las personas, optaron por dejarlo suelto como si fuera una oveja, pastando por ahí en convivencia permanente con los guardias, el jardinero, los funcionarios y todo el que buscara un poco de verde en la residencia presidencia.
Pero tanta libertad tenía Esperanza que comenzó a arruinar el césped y los jardines cuasi sagrados de la quinta. Entonces el intendente del predio tomó la decisión de sujetar a Esperanza con una soga y atarlo a un árbol. Allí el caballito tendría sombra y alimento y el césped dañado se recuperaría. Pero hubo un problema: se desató una tormenta eléctrica demoníaca, con vientos huracanados y un caudal de agua inesperado. Y nadie se acordó que el caballito Esperanza estaba atado a un árbol. Y atado como estaba, asustado por los rayos y los truenos, Esperanza intentó escapar, pero fue en vano. Comenzó a correr desesperado y en círculos alrededor del árbol, hasta que la soga se acortó y el caballito murió ahorcado.
Así amaneció la presidencia Alfonsín: con Esperanza ahorcado.
FÁBULA 2
La escena 2 es mucho más breve. Y habla del hombre que sucedió a Alfonsín.
A poco de aterrizar en Olivos, el flamante presidente Carlos Menem llevó consigo a los dos gran danés de su hijo Carlitos Junior. Los enormes canes vagaban libres por la quinta, tal como estaban acostumbrados en las mansiones que el ex gobernador riojano tenía en su tierra natal. Y así sueltos como andaban, se convirtieron, prácticamente, en una dupla de perros asesinos.
Y un día, decididos, la dupla de bestias fue al establo, olieron, encontraron al único poni que tenía la residencia presidencial y lo atacaron con convencimiento. Los gritos de dolor del pequeño caballo llegaron tarde. Cuando los responsables llegaron al establo, los dos gran danés de Carlitos Junior ya habían asesinado a la víctima inocente.
FÁBULA 3
Los gran danés fueron mudados a otro sitio y una gran amiga (amiga) del presidente tuvo la idea de regalarle otro perro. Xuxa, estrella del momento, le obsequió a Carlos Saúl un pequeño sharpei, animal simpático que podría atacar a nadie.
El perrito, dorado, hermoso e inquieto, era libre en la Quinta de Olivos. No encontraba una sola barrera que le impidiera andar por la casa o el parque de la residencia. El presidente estaba enamorado del animal que le había regalado su amiga (amiga) Xuxa.
Hasta que un día el sharpei, que iba a y venía por todos lados con plena libertad, desapareció. Nadie más vio al perrito caro y ostentoso que comía mejor que los trabajadores del todo el país. Dónde está el pequeño animal dorado que era la alegría de Carlos, la prueba de amor de Xuxa, la simpatía en 4 patas.
¿Dónde está el sharpei?
El presidente no pudo ocuparse del tema. El mismo día en que desaparecía su perrito, moría su hijo Carlitos Junior. Exactamente el mismo día. Aquel dolor, inmensamente superior, suspendió la búsqueda del can y pronto lo olvidaron. Hasta que llegó otro sharpei de regalo, de color negro pero igual de libre que andaba por el parque husmeando por todos lados. Y un día, el nuevo sahrpei se entusiasmó haciendo un pozo. Nadie entendía por qué el perrito seguía sacando tierra con sus patas y ladraba hasta que además de tierra empezó a desenterrar una osamenta pequeña a la que aún le quedaban algunos rastros del cuero dorado que la envolvía.
El sharpei de Xuxa era exhumado por otro sharpei y el secreto quedaba al desnudo: el día de la muerte de Carlitos, en una Quinta de Olivos frenética y dramática, con autos que entraban y salían a toda hora, alguien había atropellado al animal y para no dar otra mala noticia al presidente, había optado por ocultarlo.
Metáforas de la Argentina. Nada es casualidad.