Una banda de la Policía Federal entonaba “¿Quién se ha tomado todo el vino?” cuando se subía por última vez a un vehículo al dejar por calle Talcahuano de los Tribunales Federales porteños.
La salida de Juan Carlos Maqueda (de la Corte Suprema de Justicia) también incluyó dos minutos de aplausos cuando bajaba las escalinatas escoltado de su esposa, hija y nieta.
Hubo pines blancos entre quienes eran parte del improvisado acto, donde se leía “Yo trabajé con Maqueda”. Y hasta el lustrabotas (después de la limpieza final al calzado del magistrado) quiso participar.
Nacido en Río Tercero, deja el máximo organismo judicial de la Nación tras 22 años: fue durante la presidencia de Eduardo Duhalde que renunció a su banca (y la presidencia provisional) del Senado para asumir como magistrado.
Días atrás, en el Colegio de la Abogacía de la Ciudad de Buenos Aires se había mostrado “preocupado por los nubarrones" que visualizaba en cuanto a "la calidad de las instituciones”.
Este domingo Maqueda cumple 75 años y por eso ya terminó su labor, establecida constitucionalmente. A su vez, desde hace meses que el gobierno nacional lanzó los pliegos para su reemplazo y otro más: hoy aún se buscan acuerdos para que asuman Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla.
Un paso por los tres Poderes
En sus últimos días revalorizó su carácter “institucionalista”, pero el juez cordobés fue también un constitucionalista reconocido.
Participó de las reformas provinciales de 1986 (donde el radicalismo impuso una nueva Bicameralidad) y fue presidente de la convención provincial constituyente del 2001. Desde allí, y tras una consulta popular que contó con casi el 70% de apoyo, Córdoba tiene una Legislatura Unicameral.
Al cumplirse dos décadas, hace unos años, recordó la necesidad de época de la población cordobesa de “un recorte del gasto político”. Pasaron a ser 70 legisladores (contra los 133 -y creciendo- de aquella época).
Su carrera no tiene muchos antecedentes. Es que Maqueda fue diputado provincial antes de pasar al ámbito nacional, pero también llegó a ser ministro de Educación de José Manuel de la Sota.
Llegó a ser vicejefe de Gabinete en el gobierno de Carlos Menem y fue uno de los asesores en la redacción de la Reforma Constitucional de 1994.
En su despedida, el rencoroso Ricardo Lorenzetti (a quien dejó de apoyar como presidente de la Corte para darle su voto a Rosenkrantz primero y Rosatti después) adujo que su colega tuvo “un triste final”.
A priori, tras su salida no regresaría a Córdoba. La posibilidad de ejercer de algún modo la docencia y aprender inglés serían algunos de los objetivos que compartió con sus pares para comenzar a ocupar su tiempo.