Porque el club más pasional del país atraviesa un momento donde el problema no está solo en la cancha: está en la grieta cada vez más expuesta entre quienes deciden y quienes alientan.
La Bombonera habló, y no lo hizo en susurros. Durante el partido contra Lanús, y sobre todo cuando el reloj marcó el final del tiempo reglamentario, un sector de la hinchada —mayoritariamente plateistas, pero no exclusivamente— soltó su bronca como quien no puede seguir tragando saliva. Los cantos fueron directos, duros, sin metáforas: contra la dirigencia, contra los jugadores, contra todo lo que representa hoy el poder en Boca. Y con un destinatario visible, aunque legendario: Juan Román Riquelme.
“La comisión se va a la p…” y “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” no fueron simples exabruptos. Fueron síntoma. El síntoma de una desconexión creciente entre una conducción que no da respuestas y una hinchada que, aunque acostumbrada al barro, ya no tolera el desencanto sostenido. La renuncia de Fernando Gago no ayudó: fue más bien una señal de que, puertas adentro, tampoco hay certezas.
Un posteo que encendió más que lo que calmó
Al día siguiente, cuando quizá lo esperable era una pausa, un llamado a la autocrítica o al menos un gesto conciliador, Boca respondió. Pero lo hizo desde su cuenta oficial en la red X (ex Twitter), con un mensaje seco y cargado de intención: “Nosotros alentamos”. La frase venía acompañada de imágenes de tribunas colmadas, banderas y euforia, como si todo hubiera estado bien.
La publicación fue leída por muchos como un golpe de efecto, una provocación disfrazada de afirmación institucional. Una forma elegante —o no tanto— de marcar una frontera: entre los que aplauden sin preguntar y los que cuestionan sin aplaudir. Como si hubiese hinchas de primera y de segunda. Como si no hubiese lugar para la crítica en el amor a los colores.
Las redes se encendieron, claro. Algunos celebraron el mensaje como un acto de dignidad, una defensa de lo propio frente a lo que consideran oportunismo mediático o exigencia desmedida. Pero muchos otros lo leyeron como una señal de soberbia, como la confirmación de que el club se ha encerrado en su burbuja y le ha dado la espalda a su gente más dolida.
Lo que está en juego no es un técnico: es un vínculo
La tensión actual no se explica solo por un mal pase, una eliminación temprana o un entrenador que se va. Lo que está en juego en Boca —y esto lo saben los socios, los hinchas y hasta los propios dirigentes— es la relación de confianza entre el club y su gente. Esa relación que fue el motor de los grandes momentos y que, cuando se agrieta, transforma la Bombonera en un espejo incómodo.
Riquelme, que supo ser ídolo absoluto y bandera de rebeldía, hoy carga el peso de las decisiones que ya no lo representan solo como jugador, sino como dirigente. Y como todo símbolo, cuando cae en contradicción, arrastra pasiones intensas: amor, sí. Pero también decepción.
La grieta interna ya no es una sospecha. Es un hecho. Hay hinchas que sienten que el club les habla desde un lugar ajeno, más preocupado por la imagen que por la autocrítica. Y hay dirigentes que, en lugar de escuchar, responden con consignas. Como si estuvieran en campaña, incluso cuando el resultado ya no acompaña.