Franco Colapinto vuelve a la F1: adrenalina, memoria y la curva del destino en Imola
Hay regresos que no son simplemente un volver. Son una forma de confirmar que el camino sigue. Que la historia aún se está escribiendo. Y eso es lo que está viviendo Franco Colapinto, el joven piloto argentino que este fin de semana vuelve a subirse a un Fórmula 1. Esta vez, como piloto de Alpine, y nada menos que en Imola, un circuito donde los recuerdos se aceleran tanto como los autos.
Tiene 21 años, nació en Pilar y corre como si llevara el ADN de los grandes. El apellido todavía no está tatuado en la historia, pero empieza a sonar con un peso propio. Después de su última aparición en diciembre, Colapinto regresa al centro de la escena. No como promesa: como realidad. No como espectador: como protagonista.
Un circuito con memoria
Para Colapinto, correr en Italia no es cualquier cosa. Lo dice él mismo, sin adornos: “Italia es un lugar muy especial para mí”. Y no lo dice por cortesía ni por nostalgia improvisada. Lo dice porque fue en Monza donde debutó en F1. Porque fue en Monza donde ganó por primera vez en Fórmula Renault en 2020. Porque fue en Imola donde celebró sus primeros triunfos en Fórmula 3 (2022) y Fórmula 2 (2024).
Volver a Imola, entonces, es volver a un lugar donde el pasado no pesa: empuja.
“Es un circuito legendario, con curvas fantásticas, y estoy deseando tomarlo por primera vez con un coche de F1”, dijo, como quien ya se imagina en Tamburello o Acque Minerali, sintiendo el temblor del volante como una extensión del cuerpo.
No es solo entusiasmo: es hambre
Colapinto no se conforma con estar. Lo deja claro desde el primer momento: “Tengo que demostrar lo que soy capaz de hacer arriba del coche”. No hay que leerlo como presión, sino como convicción. Sabe lo que vale. Sabe lo que representa. Y sobre todo, sabe lo que significa para un país entero volver a ver un argentino con chances reales en la máxima categoría.
Va a correr al menos cinco Grandes Premios. Y lo va a hacer en un momento donde Alpine necesita más que nunca un piloto que no sólo maneje, sino que se juegue. “Mi objetivo será agarrar ritmo rápido y contribuir al equipo”, explicó. Y en esa frase se esconde algo que no todos captan: que en la F1, no basta con ser rápido. Hay que entender el juego. Saber cuándo atacar, cuándo ceder, cuándo callar y cuándo hablar con el cronómetro.
Preparado, aunque falte rodaje
Colapinto asegura estar listo. No por fe, sino por trabajo. Pasó largas jornadas en Enstone, la base de operaciones de Alpine. Hizo tests con el auto 2023, vivió en el simulador, se empapó del lenguaje de ingenieros, mapas de motor y estrategia. “Fueron meses fantásticos, y me siento preparado”, afirma.
No es un salto al vacío. Es un paso firme hacia la consolidación. Es un joven que sabe que cada décima de segundo es una oportunidad… o una despedida. Y está dispuesto a jugar ese juego sin temblar.
Lo que representa este regreso
Para la Fórmula 1, Colapinto es uno más de los talentos jóvenes que buscan hacerse un lugar. Para Argentina, es mucho más. Es la posibilidad de volver a tener voz en una categoría que nos dio gloria y nos dejó huérfanos durante demasiado tiempo. Es la emoción de ver una bandera celeste y blanca ondear en un box. Es la ilusión —todavía contenida, todavía prudente— de que algo grande está por empezar.
Y en esa curva de Imola, donde los motores a veces suenan como latidos, Franco Colapinto se juega mucho más que una carrera. Se juega la posibilidad de demostrar que está listo para quedarse. Y que ese lugar en la grilla, que hoy parece prestado, puede volverse suyo para siempre.