Se va un hombre y queda una época. Con la desaparición física de José Mujica no parte solamente un dirigente político: se despide un símbolo. Un referente auténtico, sobrio, sacrificado, tenaz, que supo representar algo profundo del Uruguay y también algo esencial del continente.
Mujica no fue un líder de ocasión. Su derrotero representa un testimonio de las pasiones, las heridas y las esperanzas de un largo tiempo latinoamericano.
Pepe, el Comandante Facundo, fue un hombre de dos siglos. Su figura pertenece a un tiempo largo que arranca en la mitad del siglo XX, en ese Uruguay que Julio María Sanguinetti alguna vez definió como "el del optimismo", el del Maracanazo, la "Suiza de América". Aquel país pequeño con vocación de protagonista, dueño orgulloso de una anchísima clase media, donde las discusiones políticas se daban en las plazas, en cafés, en sindicatos y en los clubes de barrio; donde el progreso se pensaba como una posibilidad cierta y común, y no como privilegio de acceso difuso. Mujica es hijo legítimo de esa época y, a su modo (probablemente con el citado expresidente Sanguinetti o su colega Luis Alberto Lacalle Herrera), también uno de sus últimos testigos.
Si hay otra dimensión, si la muerte es apenas un umbral y no un punto final, es fácil imaginar a Mujica reencontrándose con quienes le forjaron el carácter y el rumbo. Primero su madre, Lucy Cordano, florista de oficio, militante por convicción. Mujer de coraje sereno, que sostuvo su hogar y sembró en su hijo la vocación de lucha, el amor por la tierra, el sentido del trabajo. Luego, los amigos de la juventud, los que compartieron con él la pasión por el ciclismo, la lectura, los ideales políticos que comenzaban a contornearse.
En esa dimensión imaginaria, no faltará el encuentro con su antiguo vecino Luis Batlle Berres, distinguido presidente colorado, sobrino del reformista José Batlle y Ordóñez. Mujica nunca compartió su visión de país (la modernización con ribetes paternalistas), pero supo reconocer en “Luisito” un temple cívico y una idea de nación que respetaba. Algo similar puede decirse de su primer referente político: Luis Alberto de Herrera, viejo caudillo del Partido Nacional. Fue bajo el ala de Enrique Erro, herrerista rebelde (a la postre cofundador del Frente Amplio, en 1971), que el joven Pepe dio sus primeros pasos en la militancia, antes de romper amarras y buscar otros horizontes más radicales. Qué se dirán en el reencuentro…
Y allí aparecerá Raúl Sendic Antonaccio, procurador y gremialista rural devenido ideólogo y comandante, figura clave en la creación del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros hacia 1963. Junto a él, Mujica abrazó la lucha armada en un tiempo donde muchos creyeron que la revolución era la opción. La historia juzga con diferentes matices a aquellos años, sin los cuales es imposible entender a don Pepe. Experiencia límite, largos años de enfrentamientos y de cárcel.
De todos sus compañeros de prisión, quizás ninguno fue cercano como Eleuterio Fernández Huidobro, el Ñato. Se cruzarán en el umbral. Con él y otros siete compañeros, Mujica vivió la brutalidad del cautiverio más extremo durante la dictadura militar, en calidad de rehén. Trece años en condiciones inhumanas. De esa sombra salió estoico, cualidad que lo haría célebre más tarde. No se sobrevive y atraviesa semejante noche sin perder del todo la esperanza.
Con el retorno democrático comenzó su segunda vida política. Finalizando el "siglo corto", como lo llamaría Eric Hobsbawm, Mujica fue uno de los fundadores del Movimiento de Participación Popular. Los extupamaros se incorporan al Frente Amplio y la ciudadanía le brindará la posibilidad de llegar al Poder Legislativo. Su forma de hacer política, llana, campechana, contrastaba con la de muchos dirigentes de su generación, algunos de los cuales se habían desgastado en la transición democrática uruguaya. Curiosamente él era una figura de algún modo novedosa, recuperada. En ese eclecticismo que supo capitalizar, Pepe construyó un puente entre la antigua izquierda radicalizada y las nuevas expectativas populares.
No fue fácil su convivencia en el Frente Amplio con figuras como Tabaré Vázquez. La relación fue de cierto recelo mutuo, pero respetuosa. Vázquez era médico, austero y metódico; Mujica seguía representando una mirada más disruptiva. Pero compartieron un mismo objetivo, y supieron empujarlo, cada uno a su manera. El bipartidismo clásico oriental (colorados y blancos), ahora era un debate de a tres, arribados los frenteamplistas a la casa de gobierno, el Palacio Estévez, en 2005. En eso, también fueron bien uruguayos: capaces de disentir sin romper, de tensionar sin quebrar. En esa línea podemos ubicar también a quien fue su vicepresidente, el economista Danilo Astori. Tendrán mucho que conversar, en este reencuentro.
En el concierto regional de las últimas décadas, el Mujica presidente (2010-2015) fue una voz disonante y querible. Se relacionó con los gobiernos kirchneristas (descomprimió tensiones), y dialogó con Hugo Chávez. Con ninguno compartió estilo, tampoco tácticas o estrategias de gobierno, pero supo convivir, marcando límites sin arrogancia y tendiendo puentes sin subordinarse.
Protagonista de aquel tiempo y del actual, en diciembre de 2024, aprovechando una cumbre de Mercosur, el presidente del Brasil Lula da Silva visitó a Mujica en su chacra y le extendió la condecoración “Cruz del Sur”, señalando: “es un ejemplo para todos nosotros, la persona más extraordinaria que conocí”. Desde Beiging, donde lo sorprendió la muerte de Mujica, el mandatario brasileño acaba de expresar sobre su amigo: “La sabiduría de sus palabras formó un verdadero canto de unidad y fraternidad para América Latina y su manera de entender y explicar los desafíos del mundo actual”.
José Alberto Mujica Cordano fue muchas cosas: guerrillero, legislador, ministro, presidente, pensador, símbolo global. Pero por sobre todo fue un sabio (no un sabihondo) popular. Uno protagonista entrañable que, al irse, nos enseña que la política representa más que maquinaria, redes, cálculo y marketing: ha sido y puede ser servicio, coraje, coherencia y docencia.