En busca de los restos mortales de los contra revolucionarios de Córdoba en Andalucía
Se trata de Santiago de Liniers, ex virrey del Río de la Plata, el Gobernador Intendente Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, el primer profesor de la cátedra de Instituta en la Universidad de Córdoba, Victorino Rodríguez, el coronel Santiago Alejo Allende y el tesorero del cabildo, Joaquín Moreno. Fueron sentenciados a muerte por haber considerado ilegítima la Junta que se formó en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810,por reconocer la autoridad del Consejo de Regencia – como poder sustituto del rey-, y organizar una resistencia armada.
Más allá de la fidelidad que pudieron guardar hacia la monarquía, se trató poderosos hombres del orden colonial que ante la ruptura que planteaba la existencia de la Junta, podían ver peligrar sus intereses, los privilegios que gozaban y hasta sufrir posibles desplazamientos de los espacios institucionales o sociales que ocupaban hasta ese momento. Así, procuraron seguir obedeciendo a los poderes sustitutos del rey en la metrópoli y a las autoridades coloniales en América que, según su parecer, eran los que legalmente debían gobernar en nombre del monarca. Pero también dieron un paso más allá: se propusieron combatir al movimiento revolucionario por la vía armada, para lo cual reclutaron soldados y se aprovisionaron de armamentos.
Sin embargo, como bien han señalado Roberto Ferrero y Virginia Ramos, a pesar de que contaban con el poder político, no lograron sumar las adhesiones esperadas a nivel regional y terminaron huyendo hacia el Alto Perú en busca de la protección de las autoridades de la Audiencia de Charcas. De esta suerte, la conspiración fue desbaratada por los revolucionarios y los cabecillas fueron fusilados – salvo el obispo de Córdoba Rodrigo de Orellana en virtud de su investidura-, el 26 de agosto de 1810 en el monte de los Papagayos, Cabeza de Tigre.
Tras la ejecución, los cuerpos fueron sepultados en las cercanías de la capilla de la Cruz, pero no resultaron exhibidos, como ocurría a menudo en vista a intimidar a la población y generar terror.
Lo cierto es que en Córdoba, más allá de que suelen ser evocados en cada 25 de mayo en distintos medios de comunicación y redes sociales, no es muy conocido el lugar donde en la actualidad descansan sus restos.
Fue así como, al conocer la información al respecto consignó Efraín Bischoff en su Historia de Córdoba, hace exactamente diez años, decidí ir en su búsqueda y emprendí viaje con destino a Andalucía.
En mi libreta de trabajo llevaba algo de información: en1861, una vez finalizadas las guerras de Independencia y las civiles, el cordobés Santiago Derqui- presidente de la Confederación Argentina y pariente de Rodríguez-, ordenó que se recuperaran los restos. Fue el sargento mayor Felipe Salas-quien con ayuda de los lugareños-, los encontró enterrados con la siguiente disposición: tres ubicados en forma horizontal, dos en vertical, y a su lado, diez suelas de botas y dos botones. Los mismos se colocaron en una caja y se los trasladó a la ciudad de Paraná, donde en ese entonces residían las autoridades nacionales. Al año siguiente, Joaquín Fillol -quien era el cónsul español asentado en la ciudad de Rosario-, hizo la solicitud al presidente Mitre en nombre de la reina de España Isabel II, para que pudieran ser trasladados a España y fueran depositados en el Panteón de Marinos Ilustres, que por ese entonces estaba en reparaciones.
Isabel II, quien era hija de Fernando VII, tuvo un reinado atravesado por levantamientos, revueltas y cambios políticos de gran magnitud y con la erección de este Panteón buscaba rescatar a la España como potencia imperial, que había perdido posicionamiento a nivel mundial, tras la derrota sufrida en manos de los ingleses en la batalla de Trafalgar (1805). De esta suerte, quiso crear un gran monumento funerario no solo para homenajear a los marinos que había luchado contra los ingleses en aquella batalla- y otras tantas-, sino también a quienes lo habían hecho en el Río de la Plata de manera exitosa, cuando se produjeron las invasiones inglesas.
Cabe recordar que fue el virreinato del Río de la Plata el que sufrió directamente la expansión de las guerras europeas al espacio atlántico y que desde Trafalgar había quedado bajo absoluto dominio inglés. Fue así como en 1806, los ingleses se apoderaron de Buenos Aires y cuando dos de estos personajes cobraron singular protagonismo: Santiago de Liniers y Gutiérrez de la Concha, los únicos marinos del grupo.
Sin embargo, dadas las circunstancias del rescate de los restos, el militar, el abogado y el tesorero, también fueron conducidos hacia Andalucía.
Repasemos algunas líneas de sus biografías:
Santiago de Liniers era un militar de origen francés que se desempeñó como funcionario de la Corona española. En 1775 ingresó a la armada y años más tarde, a la Real Compañía de Caballeros Guardias Marinas. Su primera llegada al Río de la Plata tuvo lugar el año de la fundación del virreinato. Tuvo una actuación decollante en la reconquista de Buenos Aires, incluso se convirtió en el único virrey elegido localmente por el cabildo de la ciudad, tras la huida del virrey Sobremonte a Córdoba. En 1809, la Junta Suprema de Sevilla designó en ese cargo a otro marino, Hidalgo de Cisneros, razón por la cual Liniers se trasladó a Córdoba en medio de algunos escándalos políticos y sospechas de corrupción. Allí compró la estancia jesuítica de Alta Gracia, su última residencia en aquellos días turbulentos.
Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, era un distinguido marino, nacido en Esler (Santander) en 1760. Fue brigadier de la Real Armada y participó aportando nociones de matemática y astronomía en la expedición científica de Alejandro Malespina que recorrió la costa patagónica austral. En el Río de la Plata, actuó con brillante desempeño en la defensa de Buenos Aires, en 1807 y fue nombrado por el virrey Liniers, Gobernador Intendente de Córdoba del Tucumán.
El resto de los fusilados eran destacados hombres de la vida social y política de Córdoba. Santiago Alejo Allende pertenecía a la familia más ricas de la jurisdicción que había dominado la política local de manera excluyente durante el último cuarto del siglo XVIII, militar de profesión y se había desempeñado como coronel de milicias en el Alto Perú cuando tuvieron lugar los levantamientos liderados por Tupac Amaru. Durante los meses previos a su muerte, Allende se dedicó a administrar la cuantiosa fortuna que había heredado de su padre y contaba con el asesoramiento de su amigo, el abogado Victorino Rodríguez.
Victorino Rodríguez había nacido en Córdoba de la Nueva Andalucía, estudió Cánones y Teología en la Universidad de Córdoba y Derecho, en Chuquisaca. Fue alcalde de primer voto, teniente asesor de la Intendencia de Córdoba del Tucumán y el primer profesor de la Cátedra de Instituta que se dictó en la Universidad de Córdoba. Cuando fue Gobernador Intendente y ante el temor de una posible invasión inglesa al Río de la Plata en 1805, ordenó el alistamiento de 300 hombres que puso al mando de Santiago Alejo de Allende para que marcharan hacia Buenos Aires; pero finalmente regresaron ya que el desembarco no se produjo, sino hasta el año siguiente.
Tal vez el menos conocido del grupo fue Joaquín Moreno, español, viudo y oficial de las reales cajasdel Cabildo, cuyos pequeños hijos huérfanos- de once, diez, cuatro y dos años-, quedaron a cargo de una criada que debió mendigar por las calles para poder alimentarlos.
Un largo viaje hacia San Fernando.
Tras doce horas de vuelo llegué a Madrid y desde allí, un tren de alta velocidad de llevó a Sevilla. Días después, una fría mañana de noviembre junto al por entonces profesor de la Universidad de Sevilla, José Luis Caño Ortigosa, partimos en su coche con dirección a la provincia de Cádiz, para llegar a San Fernando. Ciudad a la que nuestros libros de historia mencionan como laIsla de León, donde se produjo el repliegue de la Junta Central de Sevilla- por ser el único espacio del territorio español que no estaba ocupado por los franceses al mando de Napoleón-; donde también se disolvió y se decidió constituir el Consejo de Regencia.
De camino, pasamos olivares y campos con arbustos, gozamos de una vista privilegiada de Cádiz y su costa, hasta llegar a San Fernando, una ciudad costera cercana al estrecho de Gibraltar y muy próxima al límite entre el océano Atlántico y el Mediterráneo; que reconoce su época de mayor desarrollo durante el siglo XVIII, cuando allí se estableció la Armada, el Arsenal de la Carraca y la Población militar de San Carlos, que hasta hoy persisten.
También en ese entonces, Carlos III hizo construir la iglesia parroquial de la nueva Población Militar de San Carlos, que luego fue abandonada y finalmente el edificio fue recuperado a instancia de su hija Isabel, para fundar el Panteón de Marinos Ilustres.
Junto a mi colega, caminamos por las calles prolijas e impecables San Fernando, mientras yo le contaba los pormenores de los sucesos vividos por estos personajes históricos. Pero como el frío arreciaba a pesar del sol que ya había salido, decidimos ir por un café a un bar desde cuyo ventanal podía verse a lo lejos la base naval de Rota, de la que puede hacer uso Estados Unidos, tras una concesión hecha por Franco a mediados del siglo pasado.
No nos resultó fácil llegar a la barriada militar y menos aún, a la Avenida Almirante Baturone. Pero finalmente y tras encontrar numerosos ingresos vallados, entramos al predio por la Escuela de Suboficiales. Al bajar nos encontramos con el apabullante edificio neoclásico grandioso y severo, cuya fachada principal presenta un pórtico saliente con escalinata a modo de arco de triunfo, acompañadas de columnas corintias. No nos pasó inadvertido el ingreso, donde encontramos un arco de medio punto y una cruz que se hallaba en la fachada, acompañada de la inscripción latina, que en su traducción sentencia: “Todos estos alcanzaron la gloria mientras vivieron entre los suyos y serán ensalzados por la posteridad”. Con lo cual no caben dudas el objetivo trazado por la reina que que sus historias se constituyeran en modelos a seguir para los nuevos marinos que se formaban en el Colegio Naval Militar.
La sorpresa continuó al ver el interior que planta rectangular, una nave central donde hay un altar y dos laterales donde se encuentra la mayoría de los enterramientos y lápidas conmemorativas. Un panteón con altar, único en Europa.
La visita guiada ya había comenzado, nos sumamos a ella, pero como mi ansiedad era enorme, comencé a avanzar por el lateral izquierdo hasta que los encontré casi al final del recorrido.
El monumento tiene una placa recordatoria cuyo texto pude copiar en mi libreta, ya que no se permitían tomar fotografías: “Aquí reposan las cenizas del Excelentísimo Don Santiago de Liniers Jefe de Escuadra y Virrey que fue de Buenos Aires y del Sr. Don Juna Gutiérrez de la Concha, Brigadier de la Armada y Gobernador Intendente de de la Provincia de Córdoba del Tucumán. Don Santiago Alejo de Allende y Mendiolaza, Don Victorino Rodríguez Ladrón de Guevara y Don Joaquin Moreno Zaldarriaga.
Pero el rescate que de ellos hacen en esta placa, así como el relato que ofrece el guía de lugar, quedaron vinculados a las actuaciones a las invasiones inglesas y de manera generalizada, sin manifestar los motivos por los que murieron.
Fue así como, tras la finalización del recorrido, intercambiamos informaciones con guía oficial, para que a partir de entonces incluyera sus historias, así como resignificara sus presencias, y emprendemos regreso hacia Sevilla, apabullados por el edificio, las historias y todo lo que respiramos en este recorrido.