A 25 años de la muerte de Rodrigo Bueno: la historia de un espíritu indomable
El cuarteto tiene muchos artistas destacados. Pero pocos son ídolos. Y un puñado más reducido logra elevarse a la categoría de leyenda. La figura de Rodrigo es una de ellas.
Con una energía arrasadora, rompió la escena nacional y logró imponer el tunga tunga en todo el país. La puerta ya estaba abierta por otras figuras del cuarteto, es cierto, pero Rodrigo cambió el paradigma.
Con un estilo e impronta única, y con toda su esencia cordobesa que nunca transó, supo cautivar a toda la Argentina y se convirtió en el ídolo popular del momento. Mediático, escandaloso y talentoso, todo eso era Rodrigo.
El hombre de los trece Luna Park abarrotados. El hombre que en el verano del año 2000 dio 49 shows en tan solo 9 días y tocó frente a 100.000 personas en Mar del Plata. El carisma hecho persona.
Los comienzos de Rodrigo
Rodrigo Alejandro Bueno nació también un 24, pero de mayo de 1973. Hijo de Eduardo “Pichín” Bueno, un reconocido productor musical y referente de la industria discográfica de Córdoba, y de Beatriz Olave.
Ya desde chico, el Potro se nutrió del entorno musical al que estaba vinculado su padre. A los 2 años tuvo su primera aparición en público en el programa Fiesta del Cuarteto. Ese día lo subió al escenario en un tal Juan Carlos Jiménez Rufino. La Mona era íntimo amigo de la madre de Rodrigo.
Durante su niñez Rodrigo conoció también el folklore y el rock, participó de algunas bandas y concurría religiosamente todos los findes a los bailes. Con tan solo 11 años asistió a varios shows de Chébere y en varias oportunidades subió al escenario a cantar con ellos.
Su ingreso definitivo a la industria musical fue a los 13 años. Lo hizo de la mano de la banda Manto Negro. Con ellos firmó su primer contrato y ganó su primer sueldo. Ahí arrancó el Rodrigo que no frenó nunca hasta la trágica madrugada del 24 de junio del 2000.
Tras más de seis años en Manto Negro sin éxitos notables, Rodrigo decidió abandonar Córdoba e instalarse en Buenos Aires. Allí lanzó su carrera solista, perfiló su estilo y fue ganándose un lugar en la movida tropical porteña.
La etapa dorada
En 1996 y de la mano del sello Magenta Music, llegó el primer éxito en serio del Potro. El disco “Lo mejor del amor” le abrió las puertas al masivo fenómeno de la música popular.
En 1997 llegó “La leyenda continúa” que tenía canciones como “Amor de alquiler” y “Me extrañarás”. En 1998 salió al mercado “Cuarteteando” con hitazos como “Y voló voló” y “Ocho Cuarenta”.
Disco tras disco, y año tras año, su figura se hacía cada vez más grande.
1999 fue el año bisagra, sacó dos de sus discos más recordados. “El Potro” y “A 2000” lo puso en el centro de la escena de la movida popular argentina. En esos dos trabajos se encuentran los temas más recordados: “Yerba mala”, “Cómo le digo”, “Fuego y pasión”, “Soy cordobés”, “Que ironía”, “El viaje”, “Aprendiz”, “Amor clasificado”, “Por lo que yo te quiero”, entre otros.
Magenta Music, Rodrigo y su productor José Luis Gozalo no paraban de cosechar éxitos. Los discos se vendían de a miles, las presentaciones en discotecas se multiplicaban, los principales programas de la TV porteña lo querían entrevistar. Y Rodrigo decía que sí a todo.
Con tan solo 27 años, Rodrigo ya era un músico consagrado y comenzó a proyectar llevar el cuarteto a otros países. Ese plan, como tantos otros, quedaron truncos la fatal madrugada del 24 de junio del 2000.
El final
Un accidente automovilístico en la autopista Buenos Aires – La Plata terminó con la vida de Rodrigo. El Potro volvía de un show que había brindado en el boliche Escándalo en la ciudad de La Plata.
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Tras un encontronazo con otro vehículo, Rodrigo perdió el control de su camioneta y dio de lleno contra el guardarraíl de la ruta. La chata dio varios tumbos y el Potro, que no tenía puesto cinturón de seguridad, salió despedido del vehículo y murió en el acto.
Tras el accidente, el kilómetro 27 de esa autopista se convirtió en santuario. El cuerpo de Rodrigo descansa en el cementerio “Las Praderas” en Monte Grande. Lo lloró un país entero y a su velorio fueron miles de personas, artistas, músicos, personalidades y hasta el gobernador de Buenos Aires. Y así nació la leyenda: Rodrigo, el cordobés que nacionalizó el cuarteto.
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“Hoy puedo quedarme tranquilo porque sé que no me muero más, sé que voy a estar en cada canción", dijo en una de sus últimas entrevistas. Profecía autocumplida. Sabía que su música, pase lo que pase, perduraría en el imaginario argentino.
A toda velocidad, así vivió y así murió Rodrigo. El responsable de que la gente, en cualquier fiesta a lo largo y ancho del país, cante a todo pulmón que llevan el acento de Córdoba Capital aunque estén a cientos de kilómetros de nuestra ciudad.