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Nacidos del pecado

Jerónimo vino al mundo como un pecado. Su padre, Miguel de Cabrera y su madre, Maria de Toledo, cuando lo engendraron, estaban casados. Pero con otra mujer él y con otro hombre ella. Jerónimo vino al mundo como un pecado y como un pecado fundó su creación mayor: nosotros. Que ya la habían creado otros. Pero el deseo fundacional jamás nos abandona.

En América, Jerónimo cruzó su vida con la panameña Luisa Martel de los Ríos, que para entonces ya era viuda de Garcilazo De la Vega, padre del Inca Garcilazo. Familias disfuncionales, en Córdoba, hubo siempre. Tuvieron, Jerónimo y Luisa, 6 hijos. Él, por la suya, tuvo una niña más, bastarda y por izquierda. Córdoba nació con aire hereje.

El acta de la fundación de lo que hoy somos, esa ciudad entera que nos sirve de consuelo, dice que se funda la urbe “cerca del río que los indios llaman Del Suquía, por ser el sitio más conveniente, por tener mucha abundancia y mejores tierras e ser sano y de buen temple y abundante de montes para leña y piedra y cal y maderas e tierra para heredamentos e de esas para pastos de ganado”.

Luisa Martel de los Ríos

Después de crear el escudo, el estandarte y de designar al santo patrono -San Jerónimo-, el hombre fundador con estirpe de Quijote comenzó a navegar por las aguas del Tercero que los indios y nosotros llamamos Ctalamochita. Antes de irse por el río en su balsa de madera Jerónimo pidió que los indios de la comarca no sean vejados ni molestados y estén en sus casas y asientos sin esparcir a causa del temor que podrían recibir de ver tanta gente española en sus pueblos y para que mejor se le pueda requerir con la paz y se procure predicarles el Santo Evangelio y atraerlos a la fe de nuestro señor Jesucristo. Palabra de Jerónimo.

En fin. Tras de tan largo rezo, el conquistador de barrio Yapeyú se dejó llevar por la corriente del Ctalamochita para llegar al Carcaraña y de ahí a las costas del Paraná donde intentó fundar el puerto de San Luis de Córdoba y tener, la nueva ciudad que nadie le pidió salvo nosotros, su salida al mar. Pero fue ahí, en las aguas bravas del color marrón donde se cruzó con otro español conquistador llamado por entonces y para la posteridad Juan de Garay, quien había fundado Santa Fe hacía unas tres horas aproximadamente y en 7 años iba a fundar Buenos Aires. Jerónimo lo salvó de los aborígenes que quisieron cocinarlo pero la camaradería europea no fue suficiente para evitar la disputa por el litoral paranaense. Discusiones y peleas y una maldición eterna. Córdoba se quedó sin puerto y desde entonces, con porteños y rosarinos, fundados por Juan De Garay, mantenemos unas cuitas que no amainan ni en las noches de tormenta.

La historia que sigue es más conocida. El rey designó nuevo gobernador de apellido Abreu, que condenó a la muerte a Jerónimo por haber hecho lo que nadie le había pedido. Preso un largo rato en Santiago Del Estero, ni con Luisa lo dejaban hablar. El 17 de agosto de 1574 fue ejecutado con un barrote de su propia cama. El estrangulamiento llegaba mediante una suerte de torniquete que se ajustaba en su cuello.

Luisa, su viuda, hizo su vida en Córdoba y se casó con otro hombre, el tercero, con quien montó su propio molino. A Abreu, el gobernador que dispuso la muerte de Jerónimo, le fue peor que al propio Jerónimo. Porque también fue ejecutado por su sucesor Hernando de Lerma. Si la pena de garrote era cruel, la de Abreu lo fue más aun: suspendido de sus pulgares del techo de la prisión, con un peso de unos 140 kg en los pies, murió cuando se le rompieron todas las venas de su cuerpo. Córdoba, tu juventud se levanta.

Veamos el final feliz. Uno de los hijos de Jerónimo, Gonzalo, se casó con María. María de Garay, hija de Juan de Garay , en fundador de los ‘otros’. Cordobeses, rosarinos y porteños unidos en el amor de dos que se quieren. No en vano Capdevila nos inmortalizó para siempre en su Romance del Suquía.

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