Preferiríamos utilizar otra palabra en lugar de retelling, pero quizá no sería tan atractivo decir “volver a contar”. Son lo mismo pero no tanto y ese sentido se expresa en su significado: es una forma de redescubrir una historia ya contada, de transformarla desde una mirada diferente en “algo más”.
Aunque la historia que nos interesa ya ha tenido precuelas y secuelas, la realidad nos obliga a convocar a este llamado donde más que actores y actrices necesitamos transformaciones.
Nuestra trama se desarrolla en Argentina, transcurre en cada una de sus provincias y cuenta el drama de las oportunidades perdidas pero también de los éxitos alcanzados, en un país donde el desarrollo de la ciencia y la tecnología, así como las instituciones vinculadas al conocimiento se ven avasalladas de manera cíclica.
En esta adaptación, por ejemplo, instituciones como el INTI y el INTA se reconfiguran, reestructuran y pierden la autarquía; también se cuestionan investigaciones y se reduce de manera asfixiante el presupuesto del CONICET; y se atenta contra la autonomía y los recursos de las universidades nacionales.
Debemos decir que, en realidad esta no es estrictamente la reinterpretación de una novela, sino de un Nobel-a rgentino, hablamos de Luis Federico Leloir (1906-1987), quien nos dará paso a explorar su historia desde otros cuerpos y perspectivas.
La trama original da cuenta de un científico, un médico bioquímico que en su carrera atravesó golpes de Estado, el éxodo de compañeros, la renuncia a su cargo docente por motivos políticos, el vaivén del financiamiento de su investigación, entre otros.
La historia del también creador de la salsa golf, que ganó el Nobel de química en 1970, no sólo nos llevará a reflexionar sobre la falta de reconocimiento y apoyo a la ciencia, sino también a observar a Leloir como un ciudadano que podría haber elegido irse del país, pero no lo hizo; como un científico que en lugar de utilizar un guardapolvo blanco, vestía uno gris, trabajaba en un laboratorio con goteras y utilizaba una silla de pino y paja reforzada con alambre.
Sí, estaba “atada con alambre”, tal cual reza el dicho que expresa una característica muy argentina: tener capacidad de afrontar la adversidad con ingenio y rapidez. Y a esta metáfora se suma otra que en lo simbólico es muy representativa: Leloir conducía un Fiat 600 de color celeste [podríamos imaginar que tenía algo de blanco, para hacerlo más emotivo], y según cuentan era común verlo, junto a sus colaboradores, empujar el “Fitito” para poner en marcha el motor.
Descubrir cómo transformarse en “algo más”
Podríamos decir que una buena parte de la población tiene alguna idea de quién fue Leloir, pero son menos las personas que saben debido a qué descubrimiento ganó el Nobel. Para el mismo Leloir era difícil de explicar: “lo que descubrí es inexplicable para la gente común”, decía.
El galardón fue por el descubrimiento de los nucleótidos de azúcar y el rol que cumplen en la síntesis de los hidratos de carbono. ¿Ahora se comprende la declaración de Leloir? En la ciencia hay procesos, conceptos y términos que no son tan fáciles de explicar, pero también hay herramientas y formas para poder hacerlo. Así como se puede hacer un retelling de las historias, también las nociones y procesos científicos especializados pueden ser contados desde otra mirada, eso es lo que hace o puede hacer la divulgación científica: transformar ese lenguaje complejo en algo diferente.
¿Y qué creen? El descubrimiento de Leloir también tiene que ver con la transformación. No ahondaremos en explicar el descubrimiento, pero sí tomaremos algunos elementos que nos servirán en esta reversión a la que los convocamos.
El nuevo contexto de nuestro retelling cuenta con actrices y actores que no solo representan las y los posibles Nobel, que como Leloir se quedan en su país a pesar de las precarias condiciones de trabajo y casi nulo financiamiento, sino también para que “actúen” de combustible y reserva de energía representando “formas activadas” de azúcares, o lo que Leloir denominó nucleótidos de azúcar.
Así como nuestro Nobel descubrió que el cuerpo no usa los azúcares “crudos” directamente, sino que primero los transforma y los une a unos “transportadores” especiales, para que una vez convertidos en “azúcares de forma activada” (o nucleótidos de azúcar) las células los usen como combustible, los guarden como reserva, o los utilicen como material de construcción. Nosotros hicimos este llamado porque en esta coyuntura necesitamos la unión de personas, que individualmente son “azúcares simples”, pero en conjunto se transforman y se convierten en la energía, para seguir investigando; en la reserva, para empujar el motor que se pretende apagar; y en el material de construcción, para contar una nueva historia que, quizá con los recursos de la divulgación científica, nos permitan “algo más”.