A la frase del título nos la regaló Leandro Olocco, todavía bajo los ecos de un concierto inolvidable en el Movistar Arena. Iggy Pop acaba de encadenar otro punto en su gira 2025, junto a su banda Los Tropicanos. Pasaron veinte temas a puro vértigo en los que Pop, 78 pirulos e intensa biografía, dejó claro (en castellano) que, aunque es “viejito”, no quiere morir.
El frontman de The Stooges (en sus dos períodos, 1969-1974 y 2003-2016) hizo, de la existencia propia, una suerte de manifiesto. Sus apariciones en escena actualizan un mito que, a diferencia de otros, irradia vitalidad. En una nueva visita al país (tras 9 años de ausencia), ratifica que su potencia no descansa en la nostalgia. Mantiene la capacidad de transformar las memorias en las que se amalgaman el pasado y el “no future” -emblema del movimiento que lo vio emerger-, con un rutilante presente, cincuenta años después.
Iggy defiende el honor de su generación: Jim Morrison, Lou Reed, David Bowie, Patti Smith y Fred “Sonic” Smith, Marc Bolan. Y tiene con qué. Los Tropicanos están a la altura. Son jóvenes de enorme trayecto. Sostienen con solidez un repertorio que exige energía y versatilidad. La banda no sólo ejecuta partituras: dialoga con un legado compuesto por el alarido proto-punk de los Stooges, el minimalismo berlinés de la etapa que vinculó a “la Iguana” con Bowie y las canciones de la madurez artística que desde los noventa nos muestran a un Iggy más rumbeado, pero nunca domesticado.
Tras la cortesía que supone entrar a escena bajo los acordes del “Libertango” de don Astor, la Iguana enlaza cuatro himnos de Stooges: “T.V. Eye”, “Raw Power”, “I Got a Right” y “Gimme Danger”. Si los Stooges ayudaron a fundar el punk no es tan relevante como una realidad incontrastable: su arte transmitía un claro mensaje. El escenario podía ser una trinchera. Y la canción, un cachetazo al confort.
Llegarán “The Passenger” (posiblemente la más festejada) y “Lust for Life”, que nos llevan a los tiempos en los que Iggy contó con el acompañamiento personal y artístico del “Duque Blanco”. “A Bowie le interesaba la gente” dijo alguna vez Pop, siempre reconociendo la importante enseñanza cultural y profesional impartida por el creador de Ziggy Stardust o Heroes. Una particular simbiosis creativa talló la obra de ambos.
La banda va encontrando su punto exacto y empalma buena parte del setlist, prácticamente sin parar. Las guitarras ocupan un plano relevante con Nick Zinner (Yeah Yeah Yeahs) que demuestra en cada interpretación su talento y enfoque. Ale Campos (Las Nubes), disfrutando de jugar de local (su padre es argentino) es la viga maestra de este ensamble, soportándolo todo con su viola rítmica. El bajista Brad Truax (Interpol) y el baterista Urian Hackey (Rough Francis, The Armed) son un motor poderoso y sutil. La tecladista Joan Wasser (Lou Reed) y la sección de vientos integrada por Corey King y Pam Amsterdam, ajustadísmos en sus intervenciones, completan un elenco tan lujoso como eficiente.
Pasajero en tránsito
El setlist se sigue desgranando y habrá más canciones de The Stooges pero también del Iggy solista: desde los tiempos más salvajes de “I’m bored” (de New Values, 1987) hasta “Frenzy” o “Modern Day RIP Off” (ambas de Every Looser, 2023), en los que ya no necesita de la furia juvenil para ser imponente.
Sobre el escenario la sinceridad de su despojo es incontrovertible. Apenas pisarlo, mandó el chaleco al piso, descubriendo su torso, como cada vez. El cuerpo lleva inscritos los azarosos surcos del tiempo. Cicatrices, arrugas, músculos en retroceso que no exhiben, sino que testimonian. Al mostrarlo, Iggy nos dice que ahí está la historia. Las marcas son experiencias, capas geológicas, capítulos.
Estamos frente a un showman innato, que convierte cualquier restricción en una oportunidad. Donde otro artista acusaría desgaste, Iggy encuentra fuerza. Donde la energía parece apagarse, Pop no deja decaer un ritmo demoledor que, merced a su despliegue y oficio, podrá sostenerse durante todo el concierto. Las cuerdas vocales lo acompañan, la simpatía lo distingue. Y mantiene intacto su don para conmover.
Su andar bamboleante lo llevará a los extremos del escenario una y otra vez, se dará un revolcón entre el público, mechará reflexiones filosas y se calzará la 10 albiceleste, con su nombre en la espalda. Para el final se reserva una sorpresa, invitando a Gaspar Benegas (Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado) a versionar un clásico de los 50, “Louie Louie”.
El show cerrará con Loose (también de los Stooges) y el público que colmó el Movistar Arena alucinará con un final electrizante, apoteósico, donde la banda deja el último resto.
Pop abandona velozmente el escenario y flota la duda: ¿habrá un regreso? Quizás no, pero fuimos privilegiados: compartimos tiempo con un ícono, con un verdadero eikón, representación que no se extingue porque siempre se actualiza. Su silueta encarna una época que, gracias a él, todavía respira. En su cuerpo y en su gesto late una enseñanza: el despojo puede convertirse en una de las formas más radicales y dignas de poder.