Córdoba

DJ Godard: Música para camaleones

1.

Es diciembre de 1994, Godard filma y actúa un personaje para Autorretrato de diciembre, 1994. Es invierno, la luz es glacial. Hay voces y sonidos que vienen de distintos lugares. ¿Son fantasmas? ¿Son recuerdos, pensamientos, pesadillas, elementos para collage sonoro? El personaje Godard interpretado por Godard dice: "La cultura es cosa de la norma, el arte es cosa de la excepción". Podríamos tomar esa diferencia fundamental entre norma y excepción, entre ley y trampa, entre modelo y rareza, entre el canon y el milagro como el gesto de escucha godardiano.

Escuchar —y mirar— como Godard empieza por separar el dominio de las regularidades de la indomesticada fuerza de lo singular. Esta habilidad es la que tiene un cineasta que debe elegir el instante preciso para hacer los cortes entre planos, es la sensibilidad que debe tener para colocar una pista de sonido arriba, debajo, al costado de un conjunto de imágenes. La autonomía del arte, del cine, de la política, empieza por organizar, es decir, separar lo que es norma de lo que es excepción.

A lo largo de una filmografía extensa, pasando por estéticas y épocas, por inhibiciones y fijaciones, Godard persigue invariablemente el sonido. Quizás es una muestra de marxismo: supone de alguna manera que hay una continuidad entre lo que una sociedad escucha y hace sonar, y lo que esa misma sociedad hace con la violencia y su representación.

Si vemos Sympathy for the Devil: ¿por qué una película sobre los Rolling Stones debería concentrarse en las Panteras Negras?

Si vemos Nuestra música: ¿por qué una película sobre la guerra y su crueldad, que dedica sus primeros minutos a una secuencia —o carrusel macabro— de bombas que caen y ejércitos que se enfrentan, tendría a la vez música tan maravillosa como banda sonora? ¿Por qué no el silencio? ¿Por qué no el ruido? ¿Por qué la música acompaña el horror?

Quizás no haya un cine Godard, ya que es un artista, un autor siempre en expansión y experimentación, siempre dispuesto más del lado de la excepción que del lado de la regla. A la vez fue un cineasta prolífico y longevo, lo que añade más dificultades a la búsqueda de las invariantes, los principios y fundamentos de su obra. Pero, sin embargo, la música siempre está ahí.

Está bien: el cine de Godard, por más períodos que atraviese, siempre es romántico, revolucionario, reflexivo. Pero esta condición revulsiva y la profesional tendencia al desvío se manifiestan musicalmente. ¿Cuál es la música para camaleones como Godard? Mozart y Legrand, Fauré y Jagger. La vanguardia y la tradición, el canon y lo contemporáneo. A veces, cuando el DJ es Godard, Mozart suena más rockero, más joven, más sensual que el mismísimo Mick Jagger.

2.

La reflexión sobre la imagen es reflexión sobre el tiempo y, por lo tanto, sobre el poder. Y la reflexión sobre la música es reflexión sobre el cuerpo y, por lo tanto, sobre sus pasiones, su sed, sus orificios, su deseo. Decimos de una imagen o de un sonido que es "estéreo" cuando reúne las condiciones materiales para transmitir una sensación de tridimensionalidad, de profundidad y espacio, de solidez, finalmente de cuerpo. Quizás una hipótesis: Cine: lo sólido que se desvanece en el tiempo. Música: lo gaseoso que se canaliza en el espacio.

El cine de Godard es estéreo por este conocimiento de las materias significantes del sonido y la imagen, esta solidez, esta capacidad de proyectar un canal, una mirada. El sonido y la música, como bien sabe Pascal Quignard, pueden ser fascistas, prescriptivos, más estereotípicos que estereofónicos. Pero en Godard el sonido parece dudar, no porque no tenga convicciones, sino porque interroga, cuestiona. Hay toses, timbres guturales, susurros, quejidos, graves y agudos que parecen no tener referente conocido. El sonido y la música en Godard hacen temblar la percepción porque son vehículos cognitivos.

Para Godard, tan importantes como los ojos y la mirada son las voces y los oídos. Repone o propone constantemente relaciones inesperadas entre ambos planos, más como un contrapunto o una fuga. Hay siempre aquí una búsqueda por la textura, por su complejidad y sus pliegues, sus arrugas. La música puede arrugar una imagen, como la lluvia o una cremación. También puede planchar y alisar una secuencia de imágenes.

3.

Gran parte de la obra de Godard, sobre todo su fase más ensayística en el Grupo Dziga Vertov, se orienta al pensamiento: es un cine que, además de narrar, especula sobre el estatuto de la imagen en la cultura de su tiempo y el porvenir, sus consecuencias, sus amenazas. Pero también el cine de Godard es un pensamiento sobre la música, o sobre cómo la música puede producir imágenes. En algún punto, Godard es también un director de orquesta. A pesar de los mitos de paparazzi sobre su heroísmo rockero de gran autor del cine de vanguardia, Godard es más un Mozart que un Jagger.

Siempre está la música en Godard.

En Vivir su vida: Nana —es decir, Anna Karina— baila un típico swing de los sesenta, la composición es de Michel Legrand, mientras pasa por las mesas de pool y se mira con los parroquianos. Falta para que la película se vuelva completamente desoladora.

En Banda aparte: Odile —Anna Karina de nuevo— baila con sus compañeros, quizás con menos seriedad y peligro que el personaje de Vivir su vida.

Es un cine, el de Godard, en el que se baila, en el que la música todavía es un alimento para la pasión. Menos mal. No podríamos creer en un cine que no baile.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba