España, la potencia olvidada: un ayer que hoy habla de su herencia viva
Cuando leo 12 de octubre Día del Respeto a la Diversidad Cultural, antes conocido como el Día de la Raza, vuelve a mi mente una reflexión sobre el legado de España en la historia. Mientras muchas naciones celebran su pasado imperial o su influencia global, España suele ser recordada bajo la sombra de la llamada Leyenda Negra, una narrativa que enfatiza los aspectos más oscuros de la conquista y la colonización. Sin embargo, esa mirada parcial oculta otra cara de la historia: la de una España pionera en la defensa de los derechos humanos, siglos antes de que el mundo moderno los proclamara.
Ya en 1512, las Leyes de Burgos —dictadas por el rey Fernando el Católico— establecían límites al trabajo de los indígenas, prohibían el maltrato y protegían a las mujeres embarazadas. Fue la primera legislación del mundo que reconoció la humanidad y los derechos de los pueblos originarios del continente americano. Más tarde, las Leyes Nuevas de 1542, impulsadas por fray Bartolomé de las Casas y promulgadas por Carlos I, prohibieron la esclavitud indígena y reafirmaron que los habitantes de América eran súbditos libres de la Corona.
Mientras otras potencias europeas construían imperios sobre la base del esclavismo, España debatía en Salamanca —con teólogos y juristas como Francisco de Vitoria— sobre la legitimidad moral de la conquista y los derechos naturales de los pueblos sometidos. Aquellos debates fueron los antecedentes directos del Derecho Internacional y de la noción moderna de derechos humanos.
Y, sin embargo, la historia escrita desde otros centros de poder silenció esa herencia. La llamada “Leyenda Negra”, promovida por rivales políticos y comerciales, redujo a España a la imagen de una nación oscurantista y cruel. Pero fue España, y no otras potencias coloniales, la que legisló en defensa de los indígenas, la que abrió universidades en América, la que creó hospitales, cabildos y sistemas jurídicos que aún hoy perduran.
España no solo trajo un idioma que hoy une a más de 600 millones de personas en el mundo: trajo también una cosmovisión que mezcla raíces europeas, americanas y africanas. Además, su legado se percibe en algo tan vital como la alimentación mundial: gracias a la expansión de productos como el maíz, la papa, el cacao, la palta o el ananá, Europa y buena parte del mundo pudieron superar hambrunas históricas.
Y, sin embargo, España —esa nación que fue el puente entre dos mundos— parece no haberse quedado con nada. Ni siquiera con el nombre, porque el continente lleva el de Américo Vespucio, cartógrafo cuyas cartas de navegación fueron las primeras en representar las nuevas rutas.
Hoy, en pleno siglo XXI, mientras otras potencias mantienen colonias o silencian genocidios por intereses económicos, España vuelve a dar un ejemplo de dignidad. En este 2025, el presidente Pedro Sánchez ha reclamado con valentía el ingreso de Palestina en la ONU y ha exigido medidas urgentes para frenar el genocidio en Gaza. En un mundo donde el poder se compra con silencio, España vuelve a levantar la voz por los derechos humanos.
Quizás sea hora de mirar de nuevo a esa España olvidada. No como la potencia que perdió un imperio, sino como la nación que sembró principios que aún iluminan la historia: la defensa de la dignidad humana, la justicia, la cultura y la palabra.
Porque su verdadera grandeza no estuvo en las riquezas que conquistó, sino en los valores que dejó.