Las elecciones de ayer dejaron algo más que resultados numéricos: mostraron con crudeza el agotamiento de los partidos políticos tradicionales. Estructuras que alguna vez representaron proyectos colectivos hoy aparecen desideologizadas, vacías de contenido y desconectadas de las verdaderas demandas populares.
Los dirigentes parecen competir más por un lugar en las listas que por un lugar en la historia. La obsesión por cargos y bancas reemplazó el compromiso con las ideas, y el oportunismo terminó erosionando la credibilidad de las organizaciones que alguna vez encarnaron sueños y transformaciones.
A ello se suma una alarmante incapacidad de autocrítica. Nadie asume errores, nadie revisa el rumbo. Pero sin reflexión no hay reconstrucción posible.
Es hora de una renovación profunda: reemplazar estructuras caducas, abrir paso a nuevas generaciones y volver a llenar de ideas esas cáscaras vacías llamadas Partidos. Hay que rescatar la militancia barrial, la vocación de servicio y los principios que dieron sentido a la Política: Estado Social de Derecho, Soberanía política e Independencia económica.
La autocrítica no es un gesto de debilidad, sino el primer paso hacia la reconstrucción de la confianza pública.
No ganaron Milei y Trump, perdió Argentina, perdieron los Partidos y caducaron los Políticos anacrónicos.
