Dmitri en su sitio
Pocos compositores pasaron por la mesa de disección tantas veces como Dmitri Dmítrievich Shostakóvich en vida. Desde sus inicios debió someterse a escalpelos, lupas, sierras de carnicero y otros instrumentos de prospección seguidos de muletas, ganchos de ortodoncia y lentes culo de botella para la corrección de desviaciones estilísticas o ideológicas que -como todos sabemos- son más o menos lo mismo. El poeta Ósip Emílievich Mandelshtam dijo que Rusia es el único país que se toma en serio la poesía porque ahí matan por ella. Cuando uno se interna en los pantanales de las biografías y los ensayos, esos formidables adversarios de la música, llega con angustia a la conclusión de que a Dmitri Dmítrievich Shostakóvich se le perdona hasta ahí que haya sobrevivido.
El miope de Dmitri en la terraza de su departamento de Leningrado con su disfraz de bombero y armado apenas con sus poderosos oídos. Obuses como notas sobre los canales de la Venecia del Norte. Los tres primeros movimientos de la Séptima escritos a toda velocidad contra el avance de la sombra sobre la ciudad del sol de medianoche. Los mercados de carne sin certificado de origen, la lucha con palas y hachas en las puertas del Hermitage convertido en granero. Los músicos heridos y famélicos acarreados en trineos para los ensayos. Los músicos muertos de hambre y frío durante los preparativos. El pedido de silencio de la artillería rusa a los alemanes minutos antes del estreno: Tchaikovsky habría caído de rodillas. Inserto: sobre un mapa la línea de puntos de la ruta Samara-Teherán-El Cairo-Nueva York. El microfilm de doscientas cincuenta partituras convertidas en dos mil quinientas por las anotaciones de Toscanini. A mi me molieron a palos los fascistas así que nadie mejor que yo para dirigir esto. La amargura ante la solemnidad de la grabación: este gringo no entendió nada. Telón.
Uno de los calificativos que más se repite en relación a la obra de Shostakóvich es “grotesco” y esto no debería sorprender. Dmitri amaba el circo. En frases de sobrecito de azúcar que se le subrayan menciona que la risa no debería excluirse de la música seria. Tal vez el mejor discípulo de Shostakóvich sea Danny Elfman, compositor de las bandas de sonido de Los Simpsons y todas las películas de Tim Burton, bromista exquisito. Tal vez una prueba del sentido del humor de Dmitri sea que algunos musicólogos identifican a la melodía de la “invasión”, en mitad del Primer Movimiento de la Séptima Sinfonía, como préstamo-choreo de “La viuda alegre” de Franz Lehár, opereta favorita de Hitler. La risa, remedio infalible. En ese primer movimiento, con redobles tímidos que se montan sobre cuerdas sutiles, nos advierte que una guerra nunca comienza a los cañonazos como en la Obertura 1812.
En estos momentos, mientras cambiamos la yerba o fotografiamos al gato, un operario de una fábrica automotriz europea asiste a un curso de actualización técnica para pasar de colocar ruedas a un vehículo deportivo a montar orugas en un blindado. Tintineos. Campanitas. El sonido de las herramientas es el mismo.