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Queda un cuerpo: clases y apuntes sobre Pier Paolo Pasolini

Confrontado las diferentes formas (culturales, antropológicas, políticas, estéticas) del “desarrollo”, que fue desentrañando en varios de sus textos como una tendencia nefasta e irreductible hacia la unificación y la destrucción de lo arcaico, Pasolini se pensó a sí mismo como una “fuerza del pasado”.

Desde sus primeros textos en los años 40, y de manera cada vez más radicalizada hasta su muerte en 1975, hay en Pasolini algo que es del orden de lo no integrado, de lo irreductible, de lo que no llega a encajar del todo con el presente. No se trata, por cierto, de un posicionamiento melancólico. No es la puesta en juego de una “pasión triste”, como diría Spinoza, un filósofo al que el autor italiano, no casualmente, se acerca en sus últimos años. Es más bien algo del orden de una anacronía deliberada, programática, como si Pasolini interviniera desde la poesía, desde la narrativa, desde el ensayo, desde la filología, desde el teatro o desde el cine como una suerte de testimonio, como un sobreviviente, en un momento en que Italia, y con ella gran parte del mundo que se define como occidental, vivía su “miracolo”: un momento de expansión económica, de “bienestar” y, al mismo tiempo, de aumento creciente de las tensiones sociales y políticas. Ese tiempo –que acaso sea todavía el que habitamos– que él llamó de la “mutación antropológica” y del “genocidio cultural”.

Una posición irreductible, híbrida, atenta a los ecos del pasado, a los rostros de lo arcaico, a lo contaminado: desde ese lugar, desde esa arqueología, desde esa ética, hoy, a cincuenta años de su muerte, la voz de Pasolini nos habla todavía.

Leída en la actualidad, la obra de Pasolini conforma algo tal como un cuerpo monstruoso que, por su condición múltiple y por las zonas de incomodidad que todavía, por suerte, preserva, sigue siendo en algunos puntos tenazmente refractario a la corrección cultural y felizmente díscolo a exhibirse como un organismo cerrado, coherente, definitivo u homogéneo.

Como ese cuerpo mutante y múltiple, los textos que se recogen para este volumen no forman un todo. En su heterogeneidad, estos textos intentan acercase a la dispersa y múltiple escritura pasoliniana, una escritura que se plasma en un cruce de líneas de tensión, de estilos individuales y colectivos, de géneros vitales, de recorridos pulsiona­les. Una escritura que se observa a sí misma además como programáticamente heterogénea, que trabaja como una cantera de conceptos y de problemas que se espiralan, se superponen y se transforman: el lugar del subalterno, la cuestión política de las lenguas, las condiciones de posibilidad de la poesía y del cine en la sociedad contemporánea, la potencia disidente asociada con la diversidad sexual, los cambios radicales en las formas de vida que Pasolini llama, en sus últimos años, “mutación antropológica” o “genocidio cultural”.

Son cuestiones que, de un modo u otro, atraviesan ese siglo xx que Pasolini experimentó de manera intensa y arriesgada hasta su muerte violenta en 1975 en las playas de Ostia y que –en un mundo que aparentemente ha mutado ya de manera irreversible con respecto al que a él le tocó vivir– seguramente no nos resultan del todo ajenas. Por el contrario, y más allá de la domesticación de Pasolini como supuesto profeta de catástrofes o huésped del “Gran Hotel Abismo” del que hablaba Lukács, retumban con insistencia –muchas veces de manera oblicua– en nuestros debates contemporáneos.

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