¿Qué está llevando a tantos jóvenes varones a inclinarse hacia opciones de ultraderecha?
La respuesta no está en un solo factor, sino en una trama compleja donde se cruzan incertidumbre, rebeldía y desencanto. La inteligencia artificial, consultada sobre el tema, sintetiza un mapa de causas que vale la pena mirar con atención.
Muchos jóvenes sienten que han perdido un rol claro en una sociedad que cambia demasiado rápido. Entre debates sobre género, corrección política y nuevas sensibilidades culturales, algunos perciben que “no saben dónde pararse”. Y ahí aparece la ultraderecha, ofreciendo un refugio identitario simple: fuerza, orden, pertenencia.
A ello se suma un clima de frustración económica: empleos precarios, sueldos bajos, futuro incierto. En esa tormenta, las propuestas rupturistas —aunque improductivas— suenan atractivas. Las redes sociales hacen el resto: humor, provocación y mensajes anti-progresistas circulan sin filtro, moldeando percepciones.
Pero también hay un vacío que la política tradicional dejó escapar. Muchos partidos dejaron de hablarle a esta generación, mientras otros supieron llenar ese silencio con discursos “anti-sistema” que prometen derribar todo lo existente.
El resultado es un fenómeno global donde la ultraderecha se presenta como rebeldía, orden y pertenencia al mismo tiempo. Ignorarlo sería un error. Comprenderlo es el primer paso para reconstruir puentes con una juventud que reclama, más que nunca, ser escuchada.
