Del seguimiento a la restricción: John Cage, un animal silencioso en la pampa del espíritu
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(Antes de escribir toma notas, piensa rápidamente en los lugares comunes del tema y sus herramientas teóricas. Posteriormente decide que lo mejor para el caso sería imitar un gesto del objeto. "¿Qué haría John Cage?" se pregunta. Entonces decide tirarse el I Ching. Busca tres monedas, dos de 50 centavos y una de 25 centavos, siente en sus manos el peso de la materialidad del metal y el lejano uso que alguna vez tuvieron estos talismanes antes usados para el comercio, hoy para la adivinación y la escritura. Tira seis veces y arma un hexagrama, el 17, "El seguimiento", invierte las líneas mutables forma el 60, "La restricción". Ahora tiene dos figuras y una transformación, lo suficiente para escribir un relato. Se sienta a la mesa y decide organizar sus notas y armar un nuevo hexagrama textual)
1.
"El seguimiento tiene elevado éxito. Es propicia la perseverancia. No hay defecto"
Se pueden pensar muchas vías de ingreso a la obra y el pensamiento de John Cage. Probemos, entonces, la ruta sociológica. Hay artistas solitarios, mezquinos o apartados; como también los hay extrovertidos, generosos o sensibles a un espíritu gregario que busca la complicidad en otros. Cage pertenece al tipo de artista voraz, intelectual y musicalmente. Para esta especie, la grupalidad es un pasaje o condición necesaria para su obra. El deseo de intervenir públicamente, de discutir el sentido de un arte, su historia, sus tensiones, sus lenguajes, sus elementos técnicos; pensar una tradición y un programa para el arte futuro, son tareas que no asume cualquier artista. La práctica musical se vincula con juicios políticos, sociales, morales y estéticos (y en el caso concreto de Cage son los juicios fundamentalmente espirituales los que inspiran elementos nodales de sus obras); hay cierta continuidad entre la vida y la forma en que se decide vivirla. Uno de los círculos del arte plástico neoyorquino de la segunda mitad del siglo XX fue el club de la calle ocho. Ahí compartieron la polémica y la amistad John Cage y Joseph Campbell. Ambos compartían la lectura de Jung.
2.
El orientalismo y la fascinación colonial de las vanguardias sobre el pensamiento y el arte producido en territorios subalternos de la periferia es una constante en la historia cultural. Es usual pensar que el arte se desarrolla en tensiones productivas canónicas (el centro y la periferia, lo nuevo y lo viejo, la autenticidad y la mimesis, la autoría individual y la producción colectiva, la realidad y la representación, lo abstracto y lo concreto). En el caso de Cage no podemos evitar pasar su lectura apropiativa de elementos simbólicos e ideológicos del budismo y el zen; como así tampoco los vínculos entre psicoanálisis e imaginación artística. Distintas generaciones de artistas desarrollaron su poética a partir de estos encuentros, o mejor dicho, auténticas operaciones de traducción, parasitación y negociación. En este contexto, algunos estudiosos han calificado el encuentro de Campbell como el momento en el que Cage logra interpretar y adoptar el arsenal de la imaginería oriental. En algún sentido fue una relación de amistad y trabajo intelectual fructífera. Sin embargo, después de muchos años de felicidad y acompañamiento, Campbell y Cage se desencontraron en torno a sus posiciones sobre la guerra de Vietnam y el desarrollo de la contracultura. Para el estudioso de la mitología comparada el mundo debía seguir el curso de los valores humanos de la tradición, mientras que para Cage la opción revolucionaria era mejor para la humanidad. "La historia es una revolución tras otra" escribe Cage en el epílogo de Del lunes en un año, libro que reúne diversos textos del compositor y que lleva la siguiente dedicatoria: "A nosotros y a todos los que nos odian, para que los Estados Unidos lleguen a ser simplemente otra parte del mundo, ni más, ni menos". En una entrevista con su amigo y crítico musical José Antonio Alcaraz, Cage vuelve sobre los motivos de la separación con Campbell: "La discusión con Campbell era porque, como resultado de mi entusiasmo por el zen-budismo, yo insistía en que, como el Buda está presente en todas partes, lo mismo en una partícula de polvo que en una montaña, todo es importante. Campbell pensaba que la montaña es más importante. A causa de esta diferencia encontramos gradualmente que nuestra conversación era menos y menos agradable".
3.
"La Restricción. Éxito. No se debe ejercer con persistencia una restricción amarga"
Un problema de la cultura es la marcación del cambio, identificar el instante preciso en el que la historia del arte se redefine y busca un nuevo nombre para fenómenos desconocidos. Cuando el tiempo deja de ser fluido y asume la forma de una frontera. Algunos artistas tienen necesidad de una teoría para identificar el cambio cultural. Sobre esto también escribió Cage, y de alguna manera elaboró un tratado sobre las relaciones y jerarquías entre las artes. El valor de estas apuestas reflexivas es diverso: dan cuenta de la producción intelectual de un artista, ayudan a pensar su propio estilo y poética, y en el mejor de los casos se transforman en doctrina o canon para las futuras generaciones que el futuro nos depara. Al retomar la declaración de Max Ernst, de que a mediados del siglo XX las rupturas y cambios en el mundo del arte se han acelerado, lo que antes tardaba tres siglos ahora ocurre cada 20 minutos, John Cage dice que los cambios "se dan primero en las artes que, como las plantas, están ancladas en un punto del espacio: arquitectura, pintura y escultura. Enseguida se producen en las artes interpretativas, como la música y el teatro, que requieren, como los animales, el paso del tiempo para realizarse".
De aquí podemos tomar consecuencias y supuestos fundamentales para la comprensión y desarrollo de la práctica artística. Sin embargo, vale la pena concentrarse por ahora en la música, como arte interpretativa, liberada del espacio y atada al tiempo. La interpretación —y la audición— son procesos que se desarrollan en el tiempo. Pero lo que el orientalismo —y en alguna medida el impacto del desarrollo de la teoría de la relatividad en el campo de la física y su transposición a la cultura general del siglo XX— le permitió pensar a Cage es lo erróneo que radica en pensar el tiempo separado del espacio. Rápidamente los textos de Cage expresan el optimismo de una generación vanguardista, tanto política como estéticamente, que habitaba la certeza de que el mundo estaba en constante cambio, de que las diferencias entre el tiempo y el espacio, entre el yo y el otro, entre el arte y la vida eran menos densas, menos permanentes, menos firmes que las que la tradición sostuvo alguna vez. Promete y profetiza Cage: "Habrá más bien un aumento en la cantidad y en la variedad de tipos de arte que nos traerán confusión al mismo tiempo que produzcan alegría".
4.
Su tiempo fue el corto siglo XX, aunque su trascendencia le dé el carácter inmortal de un mito. Le reconocemos rápidamente por los gestos radicales de vanguardia (el silencio de 4:33, las composiciones para piano de juguete o la implementación de vegetación como instrumentos, la devoción al azar, la anarquía coronada en la recepción, el orientalismo), pero también Cage ocupa un rol en el valor de la tradición de la música occidental. En 1949, Cage rescata las Vejaciones —apenas 18 notas, repetidas sucesiva y parsimoniosa-mente 840 veces— de Satie, una obra musical que permaneció inédita del compositor francés. El 9 de septiembre de 1963 en Nueva York, John Cage y un equipo de 5 pianistas estrenaron una ejecución de Vejaciones; el acontecimiento duró alrededor de 18 horas. Como un mantra, la repetición, siempre la repetición. Satie fue uno de los maestros de Cage, la estela impresionista que siguió, maestro y antecedente. A la vez, parte del reconocimiento y canonización de Satie hoy se mantiene por sus discípulos como Cage, que mantienen viva la percepción de que en su obra hay una belleza que vale la pena atender y repetir, cuidar y repetir.
5.
Muchas experiencias musicales y sonoras del mundo contemporáneo son pobres afectiva y espiritualmente, quiero decir, no pueden generar sorpresa ni una conmoción. La claridad, si bien es necesaria en las artes, cuando es tanto forma como contenido, cuando es pura llanura sin algo más, algo que nos perturbe o genere la perplejidad de una verdad, es la claridad de una luz blanca que transforma una habitación en una carnicería o un hospital. No faltan quienes lamentan la falta de oscuridad y confusión en este mundo en el que prolifera esa claridad que aturde, ese desvalimiento constante de todas las farsas y simulacros a cielo abierto, un mundo en el que ya no hay desnudez posible, como si hubiéramos vuelto al Edén, antes de la vergüenza y de comer del árbol del conocimiento. Ese mundo, por más edénico que sea, supone la ignorancia y la claridad para ser habitado. Una poética, un programa estético que busca el regreso al edén —el mundo en el que no hay pecado, ni desnudez, donde no hay falta, ni error, donde no hay azar ni confusión— es un proyecto además de improbable, aburrido. Obras como la de Cage buscan otro tipo de mundo, uno desconocido, ningún regreso, ninguna espiritualidad individualizante o privada de lo indeterminado. Falta también la alegría.
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El hexagrama 17 está formado por dos trigramas: el lago sobre el trueno. Al mutar al 60, se forman el agua sobre el lago. Lo que estaba arriba, el lago se sumerge, baja, ocupa lo inferior y permanece. El lago es el trigrama de lo sereno y la alegría. Las interpretaciones posibles son infinitas. Recuerdemos ahora los versos finales de un poema de Borges en honor al I Ching: "El camino es fatal como la flecha pero en las grietas está Dios, que acecha". Supongo que ese Dios es para Borges la alegría, aquello que se opone a lo fatal de la flecha del tiempo.
Quizás me propongo escuchar la música de Cage, leer sus ideas, estudiar su arte como una manifestación de alegría, ese Dios que acecha en las grietas de la experiencia y la percepción del sonido. La música de nuevo como evento espiritual, no como mercancía o puesta en escena que adorna la vida cotidiana, la faena diaria, antídoto que hace soportable el aturdimiento. Pienso en John Cage como una poética musical de la alegría, como una música para un mundo en el cual el destino es algo más que una fatalidad, una vida en la que todavía existe el azar y lo inesperado, en la que el gobierno y lo arbitrario de la voluntad desmedida cae ante la libertad de intérpretes que aceptan la fuerza de lo radical y la mutación. John Cage trota como un animal silencioso en la pampa del espíritu, sus pies dejan huellas como hexagramas que todavía podemos interpretar para entender el pasado y el futuro.