Córdoba

La montaña mágica de Rosalía: escuchar LUX sin instrucciones

Los caminos del arte son misteriosos. El editor amable de este segmento me pidió que, a raíz de un nuevo álbum, explore la faz escénica de la artista.

Nos encontramos una tarde ejerciendo el lujo de la lentitud, disponiéndonos a escuchar un “disconuevo”, de una artista contemporánea consagrada que, dicho sea de paso, nunca fue santa de nuestra devoción.

Como nunca tributamos voluntariamente en su altar, el algoritmo intentó una, dos, trescientas veces, pero finalmente cesó en la sugerencia de introducirla en nuestras preferencias.

Quince canciones (dieciocho en realidad, pero quince disponibles en Spotify), catorce idiomas involucrados en las letras y todos los estilos musicales que existieron, existen y, presumimos, existirán. Un menú buffet para atorarse cumpliendo el mandamiento epocal de que todo no es suficiente.

Extiendo mi agotada humanidad en el piso frío de un living demasiado grande y dejo que la mente vuele en este diciembre caluroso, tórrido sería el adjetivo más obvio, pero a quién le gusta ser obvio en estos tiempos.

Es diciembre, se acerca la Navidad. La cantante es talentosa, de eso no hay duda. La cantante asume formas que dentro de lo reconocible en la identidad que ha construido en su corta carrera también permiten vislumbrar los riesgos que calculadamente ha tomado con su equipo de producción. Deben ser miles, los del equipo de producción. Miles trabajando y pensando durante mucho tiempo en estas canciones.

Miro el celular. Efectivamente. Tres años dice que estuvo. Estuvieron. Pensando, armando, escribiendo, componiendo. Tres años no es tanto tiempo. En esta época tres años es la definición misma de eternidad.

Viene el Año Nuevo. Cuándo salió este “álbum”. Celular de nuevo. Lanzamiento del nuevo disco. De Rosalía. Fecha. El uso rudimentario del buscador cuyo nombre deberé explicar a mi hija más chica en unos años. Sí hija, buscábamos palabras sueltas así y así y aparecían los datos. Sí, teníamos que escribir en cosas que se llamaban “teclados”. Qué gracioso. Para eso calculo que no pasarán tres años. No faltará una eternidad.

Viene el verano, para Rosalía el invierno. Supongamos. En realidad, un artista de gira en estas épocas no coincide nunca con ninguna estación. No es un buen punto de referencia, pero este álbum tampoco me está dando ninguna pista amable.

La voz resulta, por momentos, entre operística y litúrgica. No es ni lo uno ni lo otro. Detecto ciertas continuidades entre una canción y la siguiente.

Cuánto hacía que no escuchaba algo completo. En el reino de la fragmentación, tirada en el mosaico fresco de una casa medio vacía de muebles pero llena de sonido, escucho a los vecinos. Discuten a viva voz en la vereda. Navidad en lo de él, Año Nuevo en lo de ella. En tres años estarán separados, ellos no lo saben aún. Hace tres años quién hubiera dicho que yo estaría, en diciembre, tirada en el piso de una casa vacía de muebles, escuchando el disco completo de Rosalía, el nuevo, “LUX”, lanzado a las masas hace poco más de un mes. En estos escasos treinta días (que encima tienen el atrevimiento de durar mucho menos de 24 horas, al menos por la sensación de vértigo que esta última parte del año produce como sensación general) Rosalía se las ha arreglado para estar en todas partes, al mismo tiempo.

Yo, por mi parte, tendría que tender la ropa, tendría que lavar unos platos, tendría que ir al supermercado. Me defiendo contra los pensamientos reiterados que me impulsan a interrumpir la escucha atenta, levantarme y ponerme a “hacer algo”. Hacer algo mientras escucho. Hacer algo mientras leo. Hacer algo mientras pienso. Hacer algo mientras.

Últimamente pienso con frecuencia en una situación muy puntual. Las personas que conducen. Las personas que conducen un automóvil o una camioneta o una moto y que no frenan precautoriamente en las esquinas. Hay personas que siempre frenan. Me cuento entre éstas últimas. No siempre me detengo pero siempre disminuyo la velocidad. Siempre asumo que alguien puede cruzarse en mi camino y deberemos decidir, en esa fugaz coyuntura y de modo más o menos civilizado o beligerante, quién avanza. Quién espera. Quién deja pasar a quién. Por supuesto que el código de tránsito ya tiene resuelto el tema de antemano, pero en esa especie de lejano oeste urbano las leyes son otras.

Las personas a las que me refiero no son necesariamente desconsideradas. No me da la impresión de que soslayan a los demás seres humanos, descartando por inverosímil, ridícula o improbable la mera idea de que otro ser les salga al cruce. No me da la impresión de que sean egoístas, malos conductores, personas éticamente cuestionables por no tener el impulso de desacelerar. De hecho, esa impresión emerge mayoritariamente ante la persona que atisba a frenar pero despliega en el mismo acto, con una dualidad física imposible, la prepotencia de seguir en movimiento, con la seguridad de quien no cederá el paso bajo ninguna circunstancia e incluso contra cualquier prioridad legal establecida de manera previa, abstracta y general.

El asunto con estas personas de las que hablo, reitero, no es ese.

El asunto con esas personas de las que hablo es que se conducen como si las esquinas no existieran. Es un asunto completamente diferente.

Y este álbum está resultando algo completamente diferente.

Debería haber arrancado por “Berghain” el primer sencillo lanzado a las masas. Pero a quién le gusta ser parte de las masas en esta época. Empiezo por el primer tema y termino en el número quince.

Escucho. Escucho mientras. Escucho mientras resisto. Escucho mientras resisto esos pensamientos que me ordenan que haga algo mientras.

Y ahí sucede.

Ella lo dice. No sé si lo dice expresamente, pero queda bastante claro el mensaje. Hay mucha metáfora, pero los significados son fácilmente reconocibles, hay una simbología cercana, en el auge de lo críptico, lo que se está diciendo en este caso es lo suficientemente llano como para que todo el mundo entienda. Y si no, traductor de Google.

Las canciones pueden asumir la perfecta geometría de la circunferencia, si quisiéramos dibujarlas y subvertir la cronología numérica. Empieza terrenal, sexual, carnal. Termina (¿?) en un funeral en el que da órdenes de qué flores quiere que le tiren cuando de ella no quede nada más que el nombre.

La espina dorsal de toda la obra es la dualidad. Claro, oscuro. Luz, sombra. Cuerpo, alma. Lo ínfimo, lo inmenso. Sexo, amor etéreo. Vida, muerte. Dios, lucifer. Presencia, ausencia. Calma, ansiedad. Podemos seguir toda la tarde, seguiremos pensando en qué pensar mientras encontramos algo mejor que hacer.

La obra supera el binarismo conceptual valiéndose de decenas de géneros musicales, de un virtuoso aparato instrumental y melódico y de la mixtura por momentos milagrosa entre las lenguas. Una torre de babel mística industrial demoledora, que con cierta soberbia bíblica se presenta como una tentación irresistible a aquellas audiencias que no pueden tragar sin masticar un poco antes.

Rosalía experimenta, sí. Cabe la legítima pregunta de si eso en sí mismo es ya de por sí una virtud. Pareciera ser que lo es, al menos para una cantante joven, mujer, que transita el cursus honorum obligado de la estética sonora y visual de los ritmos urbanos y pretende evolucionar dirigiendo sus pasos hacia otros horizontes. Una vez oblado el precio de hacer lo que el mercado quiere y ya gozando del estatus imbatible de estrella global, puede darse el lux(e) de hacer, finalmente, lo que en realidad siempre quiso.

Para ello, acude como recurso reiterado a un elenco no estable de colaboradoras divinas y terrenales que además la ayudan a dialogar con públicos que la híper segmentación dejaría fuera de su radar creativo supuestamente espontáneo y ajeno a todo cálculo comercial, sólo gobernado por el impulso de la creación artística como imperativo absoluto e incuestionable. No hay que esperar años, hoy ya podríamos vernos en la necesidad de explicarle a alguien nacido después de los 2000 quién vendría siendo Björk. No obstante, esos matrimonios intergeneracionales surten grandes efectos. No me gustaría profanar este texto con ejemplos locales, pero abundan colaboraciones que generan puentes temporales (o en algunos casos verdaderos agujeros de gusano) entre audiencias tan fragmentadas como foráneas entre sí, con resultados de calidad artística y retorno comercial diversos.

Desde que se sospechó que el silencio de Rosalía llegaba a su fin, a través de señales y oportunas filtraciones en el mundo virtual, estallaron miles de análisis detallados, hipótesis y premoniciones, para luego ser confirmadas en algunos casos, desestimadas en otros y rápidamente olvidadas, en todos. Tanto para los fans históricos de Rosalía, como para novatos como la suscripta, comparto aquí la mejor autopsia musical y del fenómeno en sí mismo. Excelente reseña, con pasos de crónica y reflexión crítica de la comunicadora rosarina Gala Décima Kozameh para la revista Anfibia de la UNSAM.

Para quienes deseen un banquete de explicación pedagógica y técnica de alto calibre, comparto la disección pormenorizada que hizo la gran Jenn All, música, cantante, compositora y actriz cubana.

BERGHAIN de ROSALÍA: cantata clásica del futuro | Análisis musical ✅ @rosalia

Voy llegando al final del disco. Me habían pedido que explore la faz escénica de la artista. Nunca entiendo las instrucciones.

Yo no las entiendo, aparentemente Rosalía no las sigue.

Rosalía me dijo de entrada que ella sabe bien quién es. Lo repite bastante, desafiando el tan común “aquello que es no necesita ser declarado”.

Como buena lectora de fondo, termino hallándome siempre ajena a los pormenores de la técnica musical, pero muy atenta a la poesía de las letras. Rosalía me resulta lejana y cercana a la vez. Alcanza lo universal humano, recopilando la sabiduría instagramera en las coplas de La Perla y auto percibiéndose como una reliquia ante ese tipo narcisista que goza ghosteándola y entronizándose aún como el principal usufructuario de su tiempo, su energía y su talento. La motomami tiene otro atuendo esta vez, pero lejos de concretar un golpe de estado a la retórica actual, la sigue ratificando, hablándole claramente a las miles de mujeres que día a día recorren las calles, van a trabajar, planchan, y limpian en soledad sosteniendo la vida en el mundo sin que nadie repare en ellas.

Una mujer que en su propia casa, en su propio bosque de voces, en el mundo, camina agotada. Puede ser joven, bella, talentosa, pero el coro no dejará de gritarle en un idioma ancestral que el tiempo no alcanza, que la plata no alcanza, que en la transacción con el mundo ella siempre termina perdiendo. Rota por el calor, por la velocidad, por el cansancio de descifrar algún mensaje oculto entre tanto aturdimiento.

Rosalía no frena en las esquinas. Es como si no existieran.

La omnipresencia me tiene agotada, nos dice.

A nosotras también, Rosalía. A nosotras también.

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