Variaciones Gould
Usaba montañas de abrigos, guantes de lana en verano y se sentaba de una forma muy particular sobre la sillita de apego que arrastraba a todas partes. Glenn Gould fue un especialista en crecimiento intelectual y espiritual con y sin piano.
Todos hemos arrastrado un banquito hasta la heladera o una estantería en busca de ALGO que madres o abuelas intentaron poner fuera del alcance de nuestras pequeñas y mugrientas garras, el agujero negro en que se convirtieron nuestras bocas un instante después de ser destetados. Corte. Un asiento demasiado bajo frente a un piano demasiado alto. Un hombre todo curcuncho y abrigado por demás se aferra al teclado como a una cornisa y resiste como puede a la tormenta que él mismo produce. Nadie llegó tan alto montado sobre una silla desfondada.
Durante la escritura de esta línea, la sonda espacial Voyager I se ubicaba a veinticinco mil trescientos diez millones quinientos cuarenta y un mil trescientos diecinueve kilómetros y fracción en caída hacia el centro de la galaxia, el gran hoyo negro Sagitario A. En las inmediaciones de la constelación de Ofiuco -el encantador de serpientes- entre gigantes naranjas, enanas rojas y amarillas con planetas aptos para el agua corriente. En esa mezcla de paraguas y máquina de coser, en el punto más distante alcanzado por ALGO humano, la sombra errante de Glenn Gould acuna al espíritu de Johann Sebastian Bach en el disco de oro compilado por Carl Sagan.
Si arriban a esta línea es porque sobrevivieron, una vez más o por vez primera, a la exposición a las Goldberg en la amplitud modulada de la quinientos ochenta. Se hablará aquí de Gould frente a las otras teclas. En “Glenn Gould y sus aparatos de goce”, ensayo de Myriam Mitelman publicado por la Escuela de Orientación Lacaniana, la autora rescata frases del texto producido por el pianista a sus veintitrés años para las primeras variaciones de 1955. Inserte aquí el meme del papel que se incendia mientras lo rasga la pluma del poeta.
El joven Gould se pasa por ahí el aria-tema como padre y lo reduce a "un pequeño aire autosuficiente que se burla totalmente de un eventual resultado y que no se plantea ninguna pregunta sobre su razón de ser". Habla de la obra como una genealogía de la diferencia, donde la ramificación busca la distancia y el párrafo se contracciona hasta parir un “no hay proceso embrionario, no hay relación entre la parte y el todo, no hay relación orgánica (entre tema y variaciones). No es más que reconociendo el desprecio por la relación orgánica de la parte con el todo, que captamos la naturaleza verdadera de esta única alianza.”
Silencio. Respiramos.
Nos dice que Bach es el campo de juego, es Dios y el Universo, y él es el hombre. Nos dice que hizo lo que supo y pudo y también -quizás/ojalá/oh no- lo que quiso. Orejas de Topo Gigio a Bernstein. Vos también la escuchás adentro, Barenboim. El ensayo de Mitelman compara la Teoría del Padre de Gould con la Teoría del Referente de Saul Kripke en El Nombrar y la Necesidad. Kripke se para sobre los hombros de Wittgenstein y toma prestado el ejemplo del metro-patrón para subrayar lo impreciso que resulta mensurar-denominar con un objeto susceptible de cambios, expuesto a la acción de los elementos y el tiempo. Gould murió un año antes de que el metro patrón dejara de ser una varilla y treinta y siete antes que el kilo patrón fuera reemplazado por una constante de Planck pero algo intuía. Se aisló a lo Walden para convertirse en un acelerador de partículas y tuvo tiempo, en una entrevista perdida entre cables, válvulas, transistores y cintas, para soltar una frase que merece un lugar en todas la bibliotecas académicas y poéticas: frente a los otros solo es posible mentir.
En mi libro cuento como la Voyager I se desprendió del viento del sol el 25 de agosto de 2012 en un texto escrito el 4 de marzo de 2017 al compás de las Variaciones de 1955. El día en que mi libro comenzó a distribuirse, el 10 de diciembre de 2018, la Voyager II entró en choque de terminación y se soltó de la heliosfera. Ese día mi hija mayor organizó una excursión al campo con sus abuelos, sus perros y yo para ver una lluvia de estrellas. Esa misma fecha la madre de mi hija menor, profesora de filosofía, se preguntó para qué sirve la filosofía. Esa tarde adiviné a Venus una palma por encima del horizonte como todos los atardeceres luminosos de verano porque ciertas cosas con luz no se ven. Montale dice que se puede creer en la oscuridad cuando la luz miente. Ese 10 de diciembre de 2018 fue la última vez que escuché las Variaciones de 1981 hasta el momento en que me senté a escribir esto.
Entre 35:23 y 38:24 de la filmación de las Variaciones 1981 a cargo del violinista, escritor y cineasta Bruno Monsaingeon -registro que puede disfrutarse en YouTube- el señor Gould inicia la ejecución de “la 25” con un pequeño aleteo de su palma derecha, otro de la zurda y la culmina con la derecha otra vez en vuelo. Una oscilación, el dibujo de una onda, el alabeo de la Vía Láctea.
Gastón Ribba, publicista y escritor, reside actualmente en Villa María, Córdoba.