Córdoba

Cuando el odio deja de ser discurso y se convierte en bala

El atentado contra Cristina Fernández de Kirchner no fue un rayo en cielo sereno ni un hecho aislado de locura individual. Fue, como señaló con claridad la Justicia, el resultado extremo de un clima social envenenado por discursos de odio, intolerancia y deshumanización del adversario político. Un odio que se incubó durante años y encontró en las redes sociales y en ciertos medios de comunicación un amplificador permanente.

El fallo es contundente: el ataque no ocurrió en el vacío. Hubo una “causal necesaria”, y esa causal fue el discurso público que construye enemigos, legitima el desprecio y naturaliza la violencia simbólica hasta volverla violencia real. Cuando al otro se lo reduce a una caricatura, a una amenaza o a un obstáculo a eliminar, el paso del dicho al hecho deja de ser impensable.

Las redes sociales, con su lógica de viralización, indignación constante y búsqueda de reconocimiento inmediato, funcionan muchas veces como cámaras de eco donde el odio se valida, se celebra y se radicaliza. A esto se suman medios que, por rating o conveniencia política, alimentan la grieta como espectáculo, sin medir consecuencias. El resultado es una sociedad tensionada, donde la desinformación y la intolerancia ganan terreno frente al debate democrático.

Lo más inquietante del fallo es la advertencia sobre quienes prefieren creer en teorías conspirativas antes que asumir el problema de fondo. Negar la realidad del atentado es una forma de evasión colectiva: evita revisar responsabilidades, climas creados y palabras dichas. Pero también impide aprender.

El disparo no salió. Fue azar, destino o milagro. Pero la bala existió, el arma estaba cargada y el gatillo fue apretado. La democracia, como recordó la jueza Namer, es el único marco legítimo para tramitar conflictos y diferencias. Romper ese pacto, habilitando el odio como lenguaje político, nos acerca peligrosamente al abismo.

Frenar los discursos de odio no es censura: es defensa de la convivencia. Es entender que las palabras construyen realidades y que, cuando se las usa para anular al otro, pueden terminar habilitando la violencia extrema. Este fallo es un llamado de atención. Ignorarlo sería, como sociedad, una irresponsabilidad histórica.

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